domingo, 10 de abril de 2016

INMERSIÓN EN “EL OCCIDENTE Y LA CONCIENCIA DE MÉXICO”-LEOPOLDO ZEA

ZEA
Leopoldo Zea abre una nueva discusión sobre el origen delser, de lo humano y lo universal. Hace referencia a Arnold J. Toynbee para señalar que tanto Hume, como Kant, Descartes O Platón, han dado a conocer que el ser y lo humano, es una expresión universal. Una expresión que encierra no simplemente a una comunidad o región en específico, sino al propio hombre. Ese hombre que se encuentra en todos lados, pero que tras el desarrollo histórico ha mostrado una exclusión y diferenciación de un hombre con el otro. Tal es el caso de las culturas apartadas a Occidente europeo, culturas como aquellas alejadas o que permanecen en la periferia de lo económico, político y social, y estas son las que arraigan un significado místico que prevalece como resistencia al eurocentrismo, los pueblos indígenas.

Pueblos que el catolicismo incorporó con la evangelización, y a la vez se encuentran apartados y paradójicamente ligados a las exigencias del mundo moderno europeo. Pueblos que no se niegan a sí mismos, que herméticamente permanecen con sus tradiciones como resistencias, siendo “ellos y no los otros”. Y por aquella razón, considerados como marginales, bárbaros, infrahumanos, perros paganos o animales.
Desde la época de la conquista existe la problemática sobre la definición del ser indígena, el cual fue fuertemente cuestionado y regateado –define Zea– por el conquistador, el catolicismo y los misioneros que llegaban América sin conocer algún tipo de vida primitiva, a pesar de poseer ideas que ayudaran a comprender su existencia. Si bien, el indígena al comienzo fue condenado ser un humano rebajado, o de segundo nivel, personajes del clero partían de la concepción de que el indígena era producto de un pecado que los arrojase al demonio, lo infrahumano. El indígena permanece fuera, rebajado, caído, siendo un escalón menos al español. Infrahumano, pero humano a que inferior, de ahí la tarea del misionero por evangelizarlo y de ahí también al indígena obligado a renunciar a su cultura, o disfrazarla para mantenerla en las entrañas.
Zea pronuncia las palabras que conciben al indígena de manera inmadura por parte del español desechado de la modernidad de Occidente, retomando a Buffon –célebre naturalista francés– el cual, lo asume como un animal de primer orden, salvaje y débil, tímido y cobarde; “no tiene ninguna vivacidad, ninguna actividad en el espíritu”[1]Capaz de mantenerse arrodillado o de espaldas días completos. Este devastador concepto no se aleja en nada de la concepción que tienen sobre el continente americano personajes como: Hume, Reynal y el naturalista De Paw; éste mencionando que surge una especie de enfermedad por el contacto con los pueblos de América hacia países como Portugal y España, aunque haciendo la excepción del sajonismo, el cual lo considera como ejemplar por su forma de trabajo, ya que así supuestamente “purifican la tierra” de los despojos americanos.
Mediante el trabajo –y ya no por el cristianismo–, el hombre negado de América podría algún día incorporarse a las exigencias occidentales, de la misma forma en que lo ha hecho la ética protestante o el espíritu capitalista que es llenado de laudes por los europeos. Es el valor primordial que otorga la industrialización del mundo moderno, y señalo, un cisma abismal entre la religiosidad católica y protestante; lastre de la primera por la condena del “eterno destierro de Adán y Eva”. Leopoldo Zea pronuncia algo muy importante, se ha culpado a la herencia racial por los fracasos políticos, económicos y sociales. Se ha asumido que el mestizaje nos proporcionó una maldición muy difícil de erradicar, al igual, el rebajamiento humano frente a la concepción católica del hombre, la cual veía en nuestros pueblos el origen de un pecado que nos hacia ser diferentes; de un nivel inferior que no podía redimirse con la confesión, sino con extirpar las raíces o cambiar el color de la piel.
La herencia de Europa occidental desplazó al hombre americano, ha hecho un regateo de la historia arrojando al vacío la propia existencia del hombre que vive fuera de su concepción, como lo hizo Aristóteles al excluir a los pueblos fuera de Grecia. La historia es para el americano algo que no se ha escrito, algo próximo a futuro –menciona Zea a través de Hegel–, tanto el continente americano como México, quedan completamente rebajados por el hombre occidental porque la historia universal es euro céntrica; parte de Grecia, se traslada a Roma matizándose fuertemente con la cristiandad y lo moderno. “El historicismo llevado a sus extremos puede llevar a una concepción aristocratizante de la vida”[2], rebajando a la humanidad a una hegemonía como la totalizadora que hizo colapsar al mundo a comienzos del siglo XX. Lo mismo representa la técnica y su regateo, si no se es un país altamente industrializado no se puede ser civilizado y mucho menos humano.
La gran transgresión que ha hecho el eurocentrismo, ha sido el transformar al mundo obligando a responder a sus exigencias. De esa forma Zea sostiene a través de Toynbee que los distintos países del mundo –fuera de Occidente europeo– adoptaron ciertas formas políticas, si desde Europa y Estados Unidos se adoptaban modelos nacionales, el resultado de la lucha hegemónica de los países que sometieron a los demás, ha generado formas comunistas adoptadas por Rusia o China, al igual que los países que llegaron a forjar un nacionalismo como Irán y Egipto, de la misma forma que diversos países de Hispanoamérica  lo es México tras la revolución de 1910.
El caso español dejó la mayor secuela tras La conquista y la diferenciación social mexicana, debido a que con la época colonial se estableció un orden social o sistema de castas, dejando acentuada la posición de cada uno de los individuos que la conformaban,
el papel del proletariado correspondía a los naturales del país conquistado y, con el tiempo, a los mestizos que surgieron del ayuntamiento de blancos e indígenas. El criollo, el hijo y descendiente blanco del conquistador, quedó subordinado políticamente a la metrópoli, pero en situación social privilegiada respecto a la clase proletaria indígena y mestiza[3].
Aclara Leopoldo Zea que tiempo después el mestizo que tenía más afín con los intereses económicos occidentales, sería el encargado de dar dirección y estructura un país libre, pero que, a pesar de las expectativas, el país quedaría subordinado a los intereses de Occidente, etapa bien ejemplificada durante el porfirismo.
Con una perspectiva marxista, Zea señala que los indígenas ocuparon perpetuamente el papel del proletariado frente a la burguesía nacional (mestiza), hasta la llegada de la revolución de 1910 donde se haría un intento de dar vuelco a dicha condición, y desplazar a los intereses imperantes europeos, para hacer frente a la problemática interna.
El impacto de la conquista en México dejó un orden racial y una imagen del predominio de Occidente sobre los pueblos latinoamericanos, desde el hecho de humanizar por parte de la iglesia a quienes se consideraron como hombres inferiores, hasta el diverso número de razas que quedaron como cimiento político y social; el criollo buscando hacer frente a la imposición política de la monarquía europea, seguido por la mestiza, la negra, mulata, zambos y más, quedando en subordinación frente a la concepción del “auténtico español”; el blanco peninsular o “gachupín”.
Zea menciona que dichas distinciones raciales generaron a la post, diversos fenómenos sociales que reflejaron un “grito” por el reconocimiento de la autenticidad criolla denigrada por la hegemonía colonial. En primer lugar la revolución de independencia de 1810 encabezada por los criollos para hacerse del control económico y político de la nación, seguido por la guerra de reforma de 1857, momento en donde se dio respuesta a la imposición mental que impedía el progreso del país, con una gran influencia procedente del Occidente sajón que no modificó el orden social o sistema de castas. En tercer lugar “la revolución de 1910, llamada simbólicamente mexicana”[4]siendo reacción en contra del orden social vigente desde el siglo XVI, para Zea representó también una vuelta a los orígenes de la posesión de tierras y respuesta nacionalista frente a los rasgos culturales ajenos al país. Sin embargo, más allá de lo que pueda representar la revolución de 1910 yo no aseguro plenamente que el orden social haya cambiado en lo absoluto.
El hecho de cambiar la situación social fue la causa que llevó a los mestizos y los indígenas a luchar e involucrarse en la revolución de independencia de 1810 junto con los criollos. Asimismo el siglo XIX representó la lucha por el ideal progresista y liberal por parte de los mestizos que se encontraron ahora frente a criollos conservadores, dando así la revolución de reforma en 1857, teniendo como líder máximo a uno de los personajes más emblemáticos de la historia nacional, surgido de la casta indígena, Benito Juárez.
De manera particular Leopoldo Zea analiza la respuesta y estímulos criollos frente a los cambios antes mencionados, para señalar que el criollo buscó plenamente alcanzar el poder político para hacerse justicia contra la imposición peninsular, ya que ellos asumían ser los fundadores natos del país. De igual forma, la rebelión del criollo representó para el mestizo la oportunidad para dejar de ser la paria de la época colonial y ocupar un lugar de valor en la sociedad. Sin embargo, el orden social después de la independencia continuó siendo el mismo, la única diferencia fue que elcriollo-caudillo asumiría todos los privilegios que tenía el español peninsular.
“Los criollos sólo tenían capacidad para ver el cambio que a ellos interesaba: el político; más allá de este cambio serían tan ciegos como los peninsulares lo habían sido para con sus legítimas aspiraciones”[5]Por otra parte el mestizo trataría de buscar un valor, el indígena la posesión de tierras, dos maneras distintas de concebirse se ligaron ante el descontento que ahora el criollo les generaba. Zea señala que el criollo heredó el mismo espíritu traído de la Europa absolutista al continente americano, un espíritu deretroceso.
En tanto a la respuesta y estímulos mestizos, se encuentra éste con el contraste de la raza hermana que lo niega o lo desconoce, la criolla. Es una carga recibida estoicamente para una madre, es ignorado, producto de los instintos, pasiones y de inmediata satisfacción, Zea menciona que son producto de la época colonial; carente de derechos y de bienes propios. “Toda su vida será también un movimiento pendular, y por pendular, formado de múltiples accidentes”[6].
“No es de allá, pero tampoco de aquí”. Es el cisma entre el ser legítimo del criollo; consciente de su herencia paternal y la protección que él le debe dar al indígena, sólo poseen una libertad con la que no pueden hacer nada legítimamente, adaptado para subsistir circunstancialmente a la vida y la realidad, jamás fiel pero sí ladino,traicionero y timador. El mestizo posee una cerrada situación que les hace preparar elementos para la transformación futura, un futuro constante en donde ellos solos son hacedores. Son seguidores de los criollos en sus revueltas como lo fue la independencia, no buscan mantener el mismo orden colonial, pero cuando éste llega, es la oportunidad para darle la espalda al criollo traicionándolo.
El mestizo quiere borrar un pasado de desigualdad e imposición mental y cultural, tratando de establecer un bienestar que después de la independencia se presentó a través de la constitución de 1857 y la educación, para ir poco a poco transformando al país a la altura del progreso social y nacionalista. Empero, Zea aclara que a pesar del supuesto cambio o asenso a ser burguesía por parte del mestizo, permaneció siempre subordinado a la burguesía europea-criolla.
Por otra parte, “los indígenas, que habían formado las infanterías y carne de cañón de todas las guerras libertarias, fueron nuevamente relegados”[7]Habían sido históricamente despojados de su única pertenencia y valor existencial, la tierra. Menciona Leopoldo Zea que a pesar de haber contado con una poca protección de la corona española, posteriormente con el triunfo del criollo serían abandonados a su suerte durante el siglo XIX, y sumo a esto, el desprecio, olvido y negación por parte de miembros de su casta como: Benito Juárez y Porfirio Díaz.ZEA2
El estímulo occidental y la respuesta indígena fue fuertemente golpeada por el dominio español al que siempre estuvo sometido; tanto económico como político, pero Zea aclara que los intereses españoles fueron más allá de lo que pudo ser el interés del sajón en las colonias y la posesión de tierras, y este fue el predominio cultural.
El indígena fue sometido brutalmente dentro de las formas de cultura que no le era, ni remotamente, cercana. La cultura que le era propia fue borrada hasta el grado de hacer perder su sentido a las expresiones de la misma. Como esos monumentos de piedra cuyo sentido tiene ahora que serles arrancado por los arqueólogos a pesar de que en torno a ellos siguen viviendo los descendientes de sus creadores[8].
El indígena quedó como un ser arrebatado, despojado, y discriminado desde el momento en que se trató de poner a la altura del español desde un lugar apartado, jamás igual. De la misma forma en que se quiso evangelizar de una manera diferente a la concepción humana. Fue ruinmente sobajado por las ambiciones españolas, a pesar de que en algunas ocasiones se  intentó preservar comunidades indígenas como lo fue el caso de Vasco de Quiroga en Michoacán. Se sumó tarde al interés nacional, ya cuando el mestizo se había encargado de disolver sus comunidades y robarle sus tierras, reaccionó igual que otras castas, violentamente.
Los criollos, hemos visto, actuaron revolucionaria mente ante los obstáculos políticos y administrativos de la metrópoli; los mestizos ante los obstáculos que les impuso un medio social y cultural dentro del cual carecían de seguridad, defensa o protección alguna. Los indígenas sólo habían actuado cuando esa seguridad inmediata que era la de su tierra le fallaba[9].
Durante la colonia el español se vio obligado a respetar la tierra del indígena, tiempo después durante la dictadura porfirista fueron negados hasta el hecho no sólo del arrebato de su única posesión, sino que se trató de erradicar su existencia sustituyéndola por la inmigración de extranjeros al país bajo el quimérico lema del progreso social.
Siglos de hartazgo ocasionaron que en 1910 los indígenas se incorporaran a la guerra revolucionaria, y puedo mencionar mi punto de vista diferente al de Zea, porque a pesar de que este suceso se tratará de teñir con colores nacionalistas, sólo ha sido un espejismo de una cultura que hasta el día de hoy, no se ha podido aceptar y respetar. El mito revolucionario es falso al tratar de asumirlos a una causa, la guerra revolucionaria tuvo distintos intereses, siendo diferentes revoluciones en un mismo conflicto. Un mismo conflicto de augurios trágicos.
La revolución vino a ser el engranaje del malestar que diversas clases sociales guardaban desde tiempos remotos, haciendo a un lado doctrinas e ideales que en palabras de Leopoldo Zea, se ignoraban por completo, ya que lo único que se tenía era el rencor del régimen dictatorial de Porfirio Díaz. Este suceso se convirtió en un espejismo que exaltaba el carácter nacional, siendo el momento de la expresión estética de la sensibilidad de artistas, escritores, novelistas, poetas, muralistas, entre muchos más. Existieron cambios, sí, eso no se puede negar, pero también existieron aberrantes contradicciones vistas en las reformas sociales y la actividad económica del país, o bien, presentes en la constitución de 1917.
La imagen del indígena tras la revolución logró forjar un icono nacional e internacional. A pesar del sabor amargo que la tragedia revolucionaria –desde mi punto de vista– dejara en la escena nacional, me atrevo a rescatar el mensaje simbólico que debe ser reconocido, y que brindan a la cultura mexicana los pueblos indígenas, rescatando algunas palabras de Leopoldo Zea:
La sufrida y estoica figura del indio se alzó vigorosa en todos los murales de grandes pintores de la revolución, tan vigorosamente como se había alzado en los campos de batalla  para luchar por lo que ancestralmente le pertenecía […]. El indígena simbolizaría ahora ese elemento cuya resistencia a toda imposición extraña había permitido la creación de un auténtico espíritu nacional […]. El indio dejó de ser indio como expresión denigratoria, para convertirse más en pueblo. Ya no más encomendado, como estableció la Colonia; ya no más traba del progreso como lo vio el Porfirismo[10].
A pesar de que se pensó que con la revolución el indígena se había incorporado, o se había asimilado a la vida nacional, Leopoldo Zea expresa que fue todo lo contrario, su incorporación fue sólo un mito. Un mito con las mismas secuelas de siglos atrás que trataron de forzar al indígena a cambiar a la imagen de un perfil y una moral no correspondiente a su cultura. Al igual del proceso de modernización e industrialización que acontecía en el país, el trabajo del indígena fue indispensable para la construcción y cambio de la tierra, cosa que desde mi punto de vista fue encabezado por otros y no por iniciativa de él mismo. Empero, el mestizo también presentó las secuelas que los siglos le habían brindado a su inconsciente, aquellas secuelas en donde fue tachado de ladino, de traicionero, oportunista y ruin. “Se mantiene con un futuro incierto, pero dentro de un presente cada vez más firme”[11],porque justamente ahí es donde logra cambiar la realidad acorde a su favor.
Por otro lado, para Zea en el mestizo surgió una “nueva burguesía” encargada del poder político nacional, dándole un nuevo sentimiento de seguridad, superioridad y eficacia, con capacidad de arriesgue, audacia, y estado constructivo, factor principal que ocasionó también, por medio de la revolución, un mayor mestizaje tanto racial como cultural de diversos grupos de la sociedad que habían quedado apartados de este proceso histórico, el cual, posteriormente haría surgir un nuevo orden político que terriblemente puedo traducir como un “nuevo sistema de dominación” disfrazado con nombre de tradición nacionalista: Partido Nacional Revolucionario.
En suma, la historia mexicana ha sido la respuesta violenta a los estímulos atroces que le ha brindado Occidente europeo desde el siglo XVI. Zea tiende a errar al pensar que en 1952 –fecha de la publicación de El Occidente y la Conciencia de México– se ha dado fin al conflicto racial que tanto caracteriza a nuestro país, enfocando sé únicamente a dar respuesta a los problemas económicos. Asumiendo que: “los pueblos ya no se sienten inferiores por un conflicto racial”[12]Sin embargo acierta en pronunciar que en países como el nuestro, al igual que muchos pertenecientes a Hispanoamérica, el reconocimiento de la humanidad es algo en lo que no se ha podido triunfar.
Una nación que no reconoce a la humanidad de todos sus miembros, difícilmente puede estar segura de poseer ésta y exigir su reconocimiento ante otras naciones, salvó que tenga la fuerza física para hacerlo[13].
*Trabajo de investigación actual en la maestría de ciencias políticas BUAP.
[1] Ibíd., p. 84.
[2] Ibíd., p. 91.
[3] Ibíd., p. 99.
[4] Ibíd., p. 102.
[5] Ibíd., p. 105.
[6] Ibíd., p. 107.
[7] Ibíd., p. 109.
[8] Ibíd., pp. 109-110.
[9] Ibíd., p. 110.
[10] Ibíd., p. 117.
[11] Ibíd., p. 121.
[12] Ibíd., p. 126.


[13] Ibíd., p. 127.

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