domingo, 10 de abril de 2016

SURGIMIENTO DE LA FILOSOFÍA MEXICANA. JOSÉ VASCONCELOS Y SU “ULISES CRIOLLO”. (PARTE IV DE GÉNESIS DE UNA HERENCIA ACRIBILLADA).

ImagenUlises Criollo, primer intento de introspección mexicana.
“La voluntad puede mover montañas” es el lema de Peer Gynt ibseniano, personaje con el cual en más de una ocasión se identifica Vasconcelos. La aplicación de una energía sobrehumana en la forja de un destino los emparenta. Ambos se conciben como hacedores de un futuro personal fuera de lo normal, donde hasta el azar resulta producto de la propia energía. “El arte de ser capaz de verdaderas hazañas consiste en poseer la libertad de opción en medio de las emboscadas de la vida”[1].
José Vasconcelos.

Nacido en Oaxaca el 27 de febrero de 1887, José Vasconcelos es uno de los personajes herederos del ateneo de la juventud, encabezado por Antonio Caso, Herríquez Ureña y Alfonso Reyes. El Ateneo fue un grupo de intelectuales que buscaban formular bases distintas a las impuestas por el positivismo comtiano, a través del estudio de la filosofía griega, como aquella ilustrada en los diálogos de Platón, así como de la filosofía de Kant, Hegel, Zeller, Descartes, Windelband, Weber y Fouillé.

Vasconcelos menciona, a través del Ulises Criollo –obra autobiográfica–, su gusto personal por Schopenhauer, Dostoievski y Nietzsche, al igual que su predilección por la Escuela de Alejandría que conoció gracias a Vecherot, afirmando:
Por mi parte adopté el comtismo y el evolucionismo y después el voluntarismo de Schopenhauer, como otras tantas etapas del largo experimento filosófico que sería toda mi vida. Aceptaba la cosmografía mecánica, pero sin prescindir del primer motor misterioso, y en vano pretendía Spencer convencernos de que la aparición de Cristo era un episodio sin mayor importancia en el desarrollo humano[2].
De la misma forma en que Vasconcelos definía sus gustos filosóficos, señalaba que sus compañeros simpatizaban por Goethe, sin embargo, todos llegaban a igualar como él, sus críticas hacia el evolucionismo de Spencer, el positivismo de Comte y Durkheim, aproximando sus estudios a la Historia de las ideas Estéticas y los heterodoxos, así como al misticismo de Orienteya que la principal preocupación del ateneo de la juventud era la esencia del pensamiento, el ser y no la cultura. Esto sin lugar a dudas fue algo de suma importancia para Vasconcelos, afirmando: “El poderoso misticismo oriental nos habría senderos más altos que la ruin especulación científica”[3].
Él menciona que las reuniones se hacían en casa de Alfonso Reyes o de Antonio Caso, éste último, el cual lo describe como duro en sus relaciones con los demás, casi antisocial, tuvo una fuerte influencia sobre el grupo de los jóvenes Atenienses, en particular para Vasconcelos, al cual, en diversas cartas, Caso señalaba tanto el descontento o el estar de acuerdo con los escritos que Vasconcelos realizaba, así como aquellos consejos que como maestro siempre fueron considerados en su formación académica como lo siguiente: “Para escribir hay que pensar con la mano también, no sólo con la cabeza y el corazón”[4].
José Vasconcelos desde muy temprana edad tiene que transitar por distintos Estados de la República Mexicana gracias al trabajo de su padre, factor primordial para su formación académica, ya que pudo conocer directamente el contraste entre lo que esconde la cultura mexicana –como lo son las castas heredadas por la colonia– frente a la norteamericana. Desde su infancia, ya viviendo en Piedras Negras, cursó el comienzo de sus estudios en Eagle Pass –escuela norteamericana–, teniendo que enfrentarse en una lucha por defender su identidad mexicana, de manera académica; como en aquellas clases de historia donde siempre hacia notar que México es un país con un rico antecedente prehispánico y colonial, al igual que, tuvo que defenderse a puños para ganarse un respeto frente a sus compañeros estadounidenses, esto sumado al fuerte existencialismo que él mismo afirmó poseer desde pequeño, ya que desde niño cuestionaba el ¿Quién soy? Y el ¿qué soy?
Él siempre asumió la importancia de la transformación cultural, ya que observaba el vasto desarrollo estadounidense, expresando lo siguiente: “el ejemplo de Norteamérica nos obliga a transformar nuestra cultura en una civilización de manos y manofacturas[5]“,ya que la industria norteamericana comienza a despuntar como potencia económica desde finales del siglo XIX y principios del XX.
Varado entre culturas, el Ulises Criollo hace mención en sus relatos de infancia, de cómo el norteamericano siempre expresaba su desprecio contra todo aquello emanado del español, como el gachupín o el criollo, empero, la sorpresa de Vasconcelos se encontraba en la simpatía que los estadounidenses depositaban en los indígenas, aquellos mal vistos por el positivismo porfirista como el antes mencionado por Ezequiel Chávez.
Tiempo más tarde, siempre asombrado por el conocimiento que adquiría a través del estudio, pudo recibirse como jurista para después ser miembro del ateneo. En su juventud, experimentó una de las características de lo mexicano, aquella mencionada por Roger Bartra[6]: la melancolía, describiendo lo siguiente, tras su solitaria estancia universitaria:
Metido en mi cuarto de estudiante pasaba las primeras horas del anochecer frente a los libros; pero bastaba que una guitarra gimiese a distancia para que toda la melancolía pesara sobre mis hombros[7].
Asimismo, puedo asegurar que aquella melancolía y soledad con las que muchas veces se encontró, lo harían aproximarse al gusto por la filosofía vitalista de Schopenhauer y Nietzsche, no sólo por la crudeza con la que estos personajes concebían al mundo, a la vida o al ser humano, sino también, porque encontraba en el vitalismo Nietzscheano una de las grandes excusas que todo mexicano adquiere para hacerle frente a las vicisitudes de la vida: la voluntad.
José Vasconcelos expresaba:
Y en verdad, en aquellos tiempos el corazón me dolía con dolor físico, agudo. Me imaginaba enfermo perdido y a punto de concluir una vida que, al final y al cabo, no vale la pena ser vivida. Aunque mi cabeza estuviese cala, la sensibilidad la tenía en delirio. Leyendo las páginas en que Schopenhauer destila amargura, me sentía contagiado de negación sublime. Sufrir era una elección. Pues, acaso, ¿no era yo también un genio? Y examinando mi caso, creí descomponer mi cerebro, pieza a pieza, como quién limpia un juego de lente y espejos, les corrige la graduación y en seguida prende otra vez la llama. Y concluía:
–Es el fanal lo que importa, y no el juego de los espejos[8].
Cabe señalar, que gracias a la formación católica que heredó de su familia, en especial de su madre, tuvo como muchos, un conflicto para concebir a la religión católica en contraste al conocimiento filosófico que iría adquiriendo a través del tiempo, sin embargo, siempre reconoció que la búsqueda por lo supremo o lo absoluto sería a través de la divinidad, mostrando su respeto hacia la imagen de la virgen de Guadalupe, ya que él mismo comprendía el gran significado y misticismo que esta guardaba para la sociedad mexicana, al igual que el concepto de Dios, el cual muchos atribuían desgracias, atrocidades o fracasos –como comúnmente se realiza por el mexicano promedio–, señalando:
[…] y no es verdad que el hombre pone y Dios dispone, porque no es justo achacar a la Providencia disparates, sí es verdad que, a menudo la voluntad y el buen sentido cuentan menos que el humo de un cigarro en el viento[9].
Empero, a pesar de los conflictos que pudo encontrar con la religión, siempre mantuvo una postura acorde para encontrar la supremacía del hombre, a través de la divinidad, ya que sin lugar a dudas comprendía a la perfección la importancia social de ésta, porque aseguraba que tras el abandono de lo divino, el ser humano encuentra un camino plagado de agonía y atrocidades peores de las ya existentes, de esta manera Vasconcelos asegura:
Quien logra un vislumbre del estado de comunión con lo divino, adquiere también concepto congruente de las teorías que separan: el sujeto, el saber y su objeto. Sólo durante el fugaz instante de nuestra participación con lo absoluto, podemos afirmar que existimos. Cuando nos quedamos abandonados al propio azar, ya no somos un sujeto, un alma, ni siquiera una conciencia. Perdidos con el océano de los sucesos, desbarramos peor que el hecho físico que, por lo menos, tiene la ley de su género. Al divorciarnos de la esencia divina caemos en dispersión más radical que el explotar de los elementos del átomo. Se nos convierte la vida en girón de ímpetus desviados, ineptos, perdidos, caricatura odiosa del divino poder que impulsa el mundo.
Potencia que ya no aspira porque pudo todo y lo rehusó para lograr lo absoluto. Al llegar a esta condición de voluntad, en el penúltimo de los anhelos, entra en acción el filósofo. Su territorio está más allá de la potencia y el acto[10].
José Vasconcelos afirmó que, durante mucho tiempo un filósofo entra en un estado de búsqueda interna para definir sus intereses u objetivos, de la misma manera en que él concebía el tránsito del alma al espíritu, cosa que él mismo afirmó como parte elemental de todas sus obras, aseguró lo siguiente:
La operación del espíritu en mi mecánica cósmica consistía precisamente en una mutación de valores, sublimación de la energía. Conversión de lo mecánico a lo espiritual por medio de un proceso psíquico, susceptible de ser observado, según método experimental y científico[11].
Sobrepasar el cuerpo y exaltar el alma, para así concebir un infinito. Aquel infinito que encierra cada tiempo y cada espacio que una idea y un objeto abarcan, pero que sin duda revelan el caótico universo en que vivimos, en cómo cada instante se presenta como una eternidad. Una eternidad que siempre se trata de ilustrar con la palabra.
El apoyo de José Vasconcelos a Francisco I. Madero fue más que notorio durante la Revolución Mexicana, ya que la vida del filosofo oaxaqueño estuvo ligada con la transformación política del país, asumiendo él mismo, la importancia del actuar en el poder. La pelea ardua contra el positivismo se sumaba al desagrado que le tenía al viejo dictador Porfirio Díaz y a la opresión generada en diversos ámbitos de la vida social; como lo fue la vida política del país y en especial la educación.
La lucha por el derrocamiento de Díaz mantuvo a Vasconcelos en más de un exilio, represión y censura literaria, pero su esperanza y su fe ciega lo mantuvo firme para participar en la revolución que se aproximaba, así como esperar y creer que la situación del México del siglo XX fuera diferente, muy a pesar de ser consciente de los grandes defectos de la sociedad mexicana. A esto Vasconcelos afirmaba:
Lentamente se había planteado una lucha doctrinaria dramática. Los porfiristas, cultos y escépticos, se afirmaban en la tesis de Bulnes: un pueblo de mestizos (ya lo había dicho Spencer), un agregado de half breeds, no podía aspirar a nada mejor que el tirano benévolo. […] Sin embargo, una minoría idealista puede en cualquier instante levantar el nivel de un pueblo: la dictadura, jamás[12].
Durante la dictadura porfirista, Vasconcelos describió la represión que tuvo desde su época estudiantil, acusando al porfirismo de cinismo ruin, como aquella ocasión cuando realizaba sus estudios universitarios en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, donde describía que por medio de un prefecto se prohibía a todos los alumnos platicar con más de 5 personas en grupo, cosa que de inmediato era impedida. De la misma manera mencionaba el uso de un falso patriotismo para envenenar a la gente que en su mayoría era analfabeta y pobre, expresando su repudio a celebraciones como aquella del centenario de la independencia en donde sostuvo:
Desde el balcón del Palacio Nacional la noche de la fiesta cívica, el tirano había gritado: “¡Viva la Libertad!” Y una multitud imbéciles, desde la plaza, levantó el clamor que refrendaba la farsa. Para ellos libertad es su noche de gritería y alcohólico holgorio. Nada hay más antipático que el entusiasmo patriótico de un pueblo envilecido. La tolerancia del crimen en el Gobierno deshonrara el patriotismo que exige decoro antes que histerismo y loas. Y se toma soez toda alegría pública que convive con la impunidad, la imprudencia del gobernante. Por eso es asquerosa nuestra noche del 15. […] Noches del 15 contemporáneas, juergas de constabularios, ebrios y caníbales[13].
Sin embargo, Vasconcelos, hombre de contradicciones, deslumbrado por el espejismo que ofreció la Revolución Mexicana tras el derrocamiento de Díaz. Relató la tragedia con la que culminó la dictadura y el comienzo de un nuevo régimen de traidores y canallas. Él mismo expresaba tras la muerte de Madero que México no merecía a un personaje como lo fue el Apóstol de la Democracia.Imagen
*Trabajo de investigación actual en la maestría de ciencias políticas BUAP.
[1] Vasconcelos, José, (2012), Ulises Criollo, Porrúa, México, Prólogo, XVI.
[2] Ibíd., p. 177.
[3] Ibíd., pp. 229-230.
[4] Carta de Alfonso Reyes a José Vasconcelos el 25 de mayo de 1921, Ibíd., prólogo, XIV.
[5] Ibíd., p. 100.
[6] Cfr., Bartra, Roger, (2005), La Jaula de la Melancolía, Identidad y Metamorfosis del Mexicano, Random House, México.
[7] Óp., Cit., Vasconcelos, José, (2012), p. 181
[8] Ibíd., p. 168.
[9] Ibíd., p. 113.
[10] Ibíd., pp. 209-210.
[11] Ibíd., p. 234.
[12] Ibíd., p. 303.
[13] Ibíd., p. 302

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