Ella durmió al calor de las masas
Y yo desperté queriendo soñarla
Algún tiempo atrás pensé en escribirle
que nunca sorteé las trampas del amor.
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda.
No le enviaré cenizas de rosas
Ni pienso evitar un roce secreto
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda…
Gustavo Cerati
El fenómeno
que desató la modernidad durante el final del siglo XVI y los siglos
posteriores, han influido hasta nuestros días alterando la capacidad de los individuos para relacionarse entre sí. Este hecho puede encontrarse bien ilustrado
en las novelas de los padres de la miseria, como lo fueron Jane Austen, Charles
Dickens, Víctor Hugo, entre otros, los cuales describieron la transgresión que
la modernidad provocó en la vida humana, con los fenómenos de la
industrialización exacerbada, la génesis de la pobreza y la desigualdad en
cantidades masivas.
Si
bien, el siglo XX convulsionó a la humanidad durante el radicalismo que la
modernidad vivió tras su crisis provocando dos Guerras Mundiales y el surgimiento del mundo bipolar
denominado como Guerra Fría, es necesario comprender que dichos escenarios
caóticos al finiquitarse, impulsaron la hegemonía estadounidense sobre
países como los de Latinoamérica a nivel político y económico —al igual que muchos más— a través de la rational choice theory, la teoría sistémica y la teoría de juegos, las cuales, influyeron en distintas disciplinas sociales como la sociología y la
ciencia política para determinar a los individuos mediante la razón, la objetividad, y la cientificidad. Este paradigma concibió al ser humano como un homo economicus, es decir, un ser
individualista incapaz de trabajar colectivamente y que solamente busca beneficiar sus propios intereses, o en su caso maximizar sus utilidades sin importarle absolutamente nada el papel de la comunidad.
Esta
idealización sobre el ser humano, respondió en contra de la base
ideológica del socialismo/comunismo procedente de las ideas roussonianas y marxistas: la igualdad y el bien común. Empero, no sólo las
tragedias que detonaron a los grandes colapsos de guerras fueron las que dictaminaron el
HOMICIDIO HUMANO, al negar la capacidad social de incidir colectivamente en
muchos terrenos como en el político, sino que también, dicha época, tuvo como principales
críticos de la sociedad a intelectuales pertenecientes a la Escuela de
Frankfurt —del calibre de Theodor Adorno, Max Horkheimer, Heber Marcuse, y
hasta el famoso Jürgen Habermas perteneciente a la segunda generación— los
cuales, conceptualizaron a la cultura de masas heredera de la modernidad, la
modernización, la tecnificación, la industrialización, la racionalización, el
instrumentalismo, y más fenómenos que incidieron para definir a los seres
humanos como individualistas, apáticos, consumistas, subordinados, dirigidos
fácilmente por los medios masivos de comunicación debido a la carencia de conciencia (Marcuse, 2010), puesto que
éstos son manipulados por las élites económicas y las oligarquías de los
países, hasta el grado alarmante de concebir a los seres humanos como objetos
manipulables del capitalismo. Cabe aclarar que también la escuela
existencialista tuvo un papel importante para describir la tragedia de las épocas
de guerras.
Ante
esta desgracia, la cultura de masas provocó que los individuos perdieran la
capacidad de tener un sentido crítico, la capacidad de amar sin ser manipulados, y
ante la pérdida de reflexión y del sentido filosófico —al igual que la pérdida
del ser, es decir; el ser que nace para morir (Heidegger, 2003)—, se consagró lo contrario: el racionalismo y el positivismo, para hacer de la ciencia un
nuevo referente de la conducta social y del servilismo para reproducir la
manipulación humana, es decir, los ¨mass media" sujetos a la retroalimentación sistémica.
De
la misma manera, la manifestación de un siglo decadente que provocó por la
modernidad, terminó con aquellas viejas concepciones de perpetuidad y duración,
es decir, se desvaneció todo el contenido simbólico que envolvieron los valores
humanos y a las sociedades, en donde, quedaron finiquitados distintas
concepciones que se creyeron estables y duraderas, como los trabajos, la
estabilidad económica, la estabilidad familiar, las relaciones humanas, la seguridad social, económica,
y principalmente las relaciones de amor (Bauman, 2003)[2].
Esto gracias al fenómeno de la modernidad
líquida (Bauman, 2000) y muy particularmente al producido por la
posmodernidad, cosa que bien puede traducirse como "el fin de las ideologías".
Si
bien, anteriormente pudimos ver que entre nuestros padres y abuelos existió una
estabilidad para forjar futuros sólidos y relaciones amorosas duraderas, esto
llegó a un final gracias a la nueva liberalización presente desde los años ochenta
del siglo pasado. Vemos hoy en día que toda esa estabilidad se ha convertido en
un mito y una leyenda lejana.
Posiblemente
vivimos en el presente las consecuencias que nos remiten a la modernidad y la
industrialización, no obstante, el incremento de la pobreza y la desigualdad
mundial se ha acrecentado vorazmente, y es presente ahora en países de primer
mundo donde nunca antes se creyó llegar a contar con dichas características
presentes en países subdesarrollados, tal es el caso denunciado por el economista
Francés Thomas Piketty (2013) en su obra intitulada El capital en el siglo XXI. Se vive un capitalismo salvaje, sumado
a una inestabilidad para concretar parámetros de vida como en el pasado. Hoy
sólo queda la incertidumbre más acentuada y la inestabilidad para sobrevivir en
un mundo de exigencias, en un mundo de más miseria y más desigualdades.
Esta
problemática vuelve a hacer a un lado al tema del amor poniendo como principal
preocupación la estabilidad económica de clases sociales que se ven mermadas y
condicionadas a desaparecer, como es el caso de la clase media en distintos
países del planeta. Hoy el amor es desplazado por relaciones momentáneas y
completamente patológicas que evidencian cada vez más, la dificultad para
concretar relaciones duraderas como las de nuestros ancestros directos. Hoy los
estudios de género revelan temas preocupantes relacionados con la manifestación
más notoria de violencia entre los noviazgos. Como la lucha del poder entre el
amante y el amado que tanto Bauman como Sartre lograron percibir y describir al
igual que una relación dialéctica de sometimiento entre quien se enamora más y
quien se enamora menos. Entre la imposición del Ser sobre la Otredad.
Hoy
al igual que el siglo XX, el control de la cultura de masas queda acentuado de
nueva cuenta en los medios de comunicación, la publicación de novelas banales y
la explotación del cine comercial, los cuales tienen como finalidad la creación
de realidades alternas a las vividas por la sociedad —con el fin de
distorsionar la trágica realidad—, es decir, venden los anhelos que la sociedad
líquida pretende obtener en la vida, puesto que son en su mayoría,
inalcanzables. No sólo desde la nueva mitología de la cultura pop que aparece
con la moda de los superhéroes, sino que, como lo expresó Marcuse (2010) en el Hombre unidimensional, existe hasta el
control de la lívido sexual y hasta en gran medida la fabricación artificial
del amor. Todo para que los individuos sean consumistas y reproductores de
estos nuevos parámetros de vida.
Los
medios de comunicación no dejan de reproducir arquetipos clásicos como el macho
y la mujer sumisa, sin añadirlos al contexto de la modernidad líquida. Por esta
razón no es nada extraño encontrar que las relaciones amorosas que nos plasman
el cine o la televisión son tan frágiles que es común ver a los protagonistas
envueltos en una diversidad de enredos amorosos con más individuos. Y no
obstante, como lo señaló Bauman (2003), es una característica de sustitución
rápida heredada por el capitalismo actual, en donde la sociedad ha aprendido, o
mejor dicho, ha desaprendido a amar como se dio en la antigüedad puesto que hoy
la facilidad y la sustitución está a la orden del día y esto puede ser una de
tantas claves para entender el por qué culminan rápidamente las relaciones
amorosas como noviazgos y matrimonios.[3]
Ya
no se cuenta —como en algún momento Bauman lo mencionó en una entrevista— con
aquella vieja capacidad que tuvieron nuestros padres y abuelos, para que,
mediante la cultura del esfuerzo y del ahorro, pudieran construir futuros más
sólidos y más estable. Algo que las sociedades del siglo pasado lograron
ofrecer, y sin embargo, como el mismo Bauman (2003) lo expresa para definir al amor líquido, la cultura capitalista ha
permeado la conducta humana, transgrediendo al amor a tal grado de fungir como
aquella capacidad de comprar productos en un supermercado; baratos, fáciles de
obtener, no duraderos y completamente remplazables en un tiempo determinado. Huelga decir, hoy todo es desechable.
También
pareciera —como el siglo pasado— que el escenario es trágico en una sociedad
que se encuentra sumergida en el caos ejercido por la modernidad líquida. Hoy es
alarmante asumir que las élites siguen teniendo el control y la manipulación
para crear sociedades de individuos en serie, lo que despectivamente se conoce
como “los más media” o la cultura de masas. Pareciera que los valores impuestos
en la actualidad, reviven las viejas tesis de Nietzsche en donde planteó que
tanto la moral como la cultura, los valores, la religión, la ciencia y las sociedades, siguen encadenando a los seres
humanos a la decadencia y lo superfluo. Y de ahí puede revivir su tan famosa transvaloración de los valores para desechar todo aquello que impide al ser humano encontrar la superación, y principalmente, la vieja finalidad tan invisible de la filosofía: LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD.
Hoy
en día el amor se encuentra inmerso en una cantidad inimaginable de ideales
falsos que en su mayoría, se nutren con la cultura capitalista sobreviviente en
el siglo XXI. La vieja escuela crítica de Frankfurt tuvo razón al descubrir
cómo se transgredió la conducta humana y se enfiló al individualismo, al
consumismo, al despilfarro, a la decadencia. En donde impera la inestabilidad de la vida, donde
el ser no tiene una significación real, y donde el miedo es un nuevo factor
para comprender que las relaciones humanas también son limitadas por nuevos
fenómenos que se anteponen a la paz y el orden que supuestamente deberían
brindar los Estados, pues éstos se ven rebasados por la inseguridad, el
terrorismo y el narcotráfico. Por la propia fragilidad de la vida humana.
El
miedo a la soledad, lo efímera que puede ser la sexualidad en la sociedad
líquida y su respectivo amor líquido. Las falsas idealizaciones del amor ancladas en el interés económico o en los falsos constructos que el vulgo genera reproduciendo patrones impuestos por los medios masivos de comunicación, el materialismo servil y soez, y
muchos fenómenos más, nos pueden conducir a una pregunta tan enigmática como la
del ser, ¿QUÉ ES REALMENTE EL AMOR EN UN SIGLO DECADENTE?, y ante este
cuestionamiento, caeríamos en el pesimismo para cuestionar si las relaciones
amorosas de las sociedades actuales conservan aún los viejos valores del esfuerzo y
la perpetuidad con la que nuestros padres y abuelos construyeron un pasado
sólido. Cosa tan difícil en el presente.
Habría
que echarle un vistazo a las resistencias del poder que se presentan en grupos
apartados al fenómeno capitalista, para entender el comportamiento humano de quienes no están contaminados por la cultura de masas y poder
apreciar el desarrollo de las relaciones sociales y la del propio amor. Al igual que el del Ser y su encuentro con la Otredad. Habría
que mirar a quienes no reproducen los parámetros vulgares del capitalismo voraz
de nuestros días, para evitar asumir a los individuos como seres que no poseen
la capacidad de manejar sus vidas con libre albedrío. Es una tarea muy complicada, pero ante el caos siempre existirá la esperanza humana que a diferencia de la utopía —como El principio Esperanza de Ernst Bloch (2007)—, devela que aún existen seres humanos que hacen la diferencia y que pueden generar cambios desde los espacios mínimos donde la dominación y el poder no encuentran cabida.
Tendríamos
que mirar las viejas relaciones que nuestros padres y abuelos forjaron para
generar estabilidades familiares y sólidas para asegurar sus futuros. Y aunque
esto suela parecer un determinismo, o una ortodoxia romántica, sería muy grato
rescatar algunos de los viejos valores que la modernidad líquida finiquitó: la
cultura del esfuerzo y la valorización humana. El propio Nietzsche lo decía: el
amor está más allá del bien y del mal.
¿Cómo no he de sentir ansias de eternidad y del nupcial anillo de todos los anillos, que es el anillo del eterno retorno? Pero yo nunca he tenido una mujer con la que hubiese querido tener hijos, a no ser ésta a la que amo, porque yo amo a la eternidad.
!Yo te amo, eternidad¡
Friedrich Nietzsche (2010: 152)
Bibliografía:
Bauman, Z. (2000) Modernidad
líquida, Argentina, FCE.
Bauman, Z. (2003) Amor
líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, México, FCE.
Ernst, B. (2003) El
principio esperanza, Madrid, Trotta.
Heidegger, M. (2003) Ser y tiempo [1927], Madrid, Trotta.
Marcuse, H. (2010)
El hombre unidimensional: ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial
avanzada [1964], Madrid, Ariel.
Nietzsche, F. (2010)Así habló Zaratustra [1883], México, Tomo.
Nietzsche, F. (2010)Así habló Zaratustra [1883], México, Tomo.
Piketty, T. (2015) El
capital en el siglo XXI, México, FCE
[1] Nacido en la ciudad de Puebla, licenciado en
Ciencias Políticas y maestro en Ciencias Políticas por la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla respaldado por el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONACYT). Actual candidato al doctorado en Ciencias de Gobierno y
Política por el ICGDE-BUAP (CONACYT).
[2]
Esto sin hacer a un lado el desquebrajamiento de viejas concepciones como las
construidas bajo la racionalidad de la modernidad como: La teoría del Estado y
todo lo que ésta implicaba para la búsqueda del orden público y la perpetuidad
de la paz.
[3]
Para no caer en el determinismo y mucho menos en la discriminación de género,
el presente ensayo intenta generalizar la idea clásica del amor entre hombre y
mujer.
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