lunes, 17 de julio de 2017

REFLEXIONES DEL AMOR TRAS UN SIGLO DECADENTE IV.

Rémoras de la modernidad líquida
Gerardo Lozada Morales[1]


Ella durmió al calor de las masas
Y yo desperté queriendo soñarla
Algún tiempo atrás pensé en escribirle
que nunca sorteé las trampas del amor.
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda.
No le enviaré cenizas de rosas
Ni pienso evitar un roce secreto
De aquel amor de música ligera
Nada nos libra, nada más queda…
Gustavo Cerati

El fenómeno que desató la modernidad durante el final del siglo XVI y los siglos posteriores, han influido hasta nuestros días alterando la capacidad de los individuos para relacionarse entre sí. Este hecho puede encontrarse bien ilustrado en las novelas de los padres de la miseria, como lo fueron Jane Austen, Charles Dickens, Víctor Hugo, entre otros, los cuales describieron la transgresión que la modernidad provocó en la vida humana, con los fenómenos de la industrialización exacerbada, la génesis de la pobreza y la desigualdad en cantidades masivas.

Si bien, el siglo XX convulsionó a la humanidad durante el radicalismo que la modernidad vivió tras su crisis provocando dos Guerras Mundiales y el surgimiento del mundo bipolar denominado como Guerra Fría, es necesario comprender que dichos escenarios caóticos al finiquitarse, impulsaron la hegemonía estadounidense sobre países como los de Latinoamérica a nivel político y económico —al igual que muchos más— a través de la rational choice theory, la teoría sistémica y la teoría de juegos, las cuales, influyeron en distintas disciplinas sociales como la sociología y la ciencia política para determinar a los individuos mediante la razón, la objetividad, y la cientificidad. Este paradigma concibió al ser humano como un homo economicus, es decir, un ser individualista incapaz de trabajar colectivamente y que solamente busca beneficiar sus propios intereses, o en su caso maximizar sus utilidades sin importarle absolutamente nada el papel de la comunidad.

Esta idealización sobre el ser humano, respondió en contra de la base ideológica del socialismo/comunismo procedente de las ideas roussonianas y marxistas: la igualdad y el bien común. Empero, no sólo las tragedias que detonaron a los grandes colapsos de guerras fueron las que dictaminaron el HOMICIDIO HUMANO, al negar la capacidad social de incidir colectivamente en muchos terrenos como en el político, sino que también, dicha época, tuvo como principales críticos de la sociedad a intelectuales pertenecientes a la Escuela de Frankfurt —del calibre de Theodor Adorno, Max Horkheimer, Heber Marcuse, y hasta el famoso Jürgen Habermas perteneciente a la segunda generación— los cuales, conceptualizaron a la cultura de masas heredera de la modernidad, la modernización, la tecnificación, la industrialización, la racionalización, el instrumentalismo, y más fenómenos que incidieron para definir a los seres humanos como individualistas, apáticos, consumistas, subordinados, dirigidos fácilmente por los medios masivos de comunicación debido a la carencia de conciencia (Marcuse, 2010), puesto que éstos son manipulados por las élites económicas y las oligarquías de los países, hasta el grado alarmante de concebir a los seres humanos como objetos manipulables del capitalismo. Cabe aclarar que también la escuela existencialista tuvo un papel importante para describir la tragedia de las épocas de guerras.
Ante esta desgracia, la cultura de masas provocó que los individuos perdieran la capacidad de tener un sentido crítico, la capacidad de amar sin ser manipulados, y ante la pérdida de reflexión y del sentido filosófico —al igual que la pérdida del ser, es decir; el ser que nace para morir (Heidegger, 2003)—, se consagró lo contrario: el racionalismo y el positivismo, para hacer de la ciencia un nuevo referente de la conducta social y del servilismo para reproducir la manipulación humana, es decir, los ¨mass media" sujetos a la retroalimentación sistémica.
De la misma manera, la manifestación de un siglo decadente que provocó por la modernidad, terminó con aquellas viejas concepciones de perpetuidad y duración, es decir, se desvaneció todo el contenido simbólico que envolvieron los valores humanos y a las sociedades, en donde, quedaron finiquitados distintas concepciones que se creyeron estables y duraderas, como los trabajos, la estabilidad económica, la estabilidad familiar, las relaciones humanas, la seguridad social, económica, y principalmente las relaciones de amor (Bauman, 2003)[2]. Esto gracias al fenómeno de la modernidad líquida (Bauman, 2000) y muy particularmente al producido por la posmodernidad, cosa que bien puede traducirse como "el fin de las ideologías".
Si bien, anteriormente pudimos ver que entre nuestros padres y abuelos existió una estabilidad para forjar futuros sólidos y relaciones amorosas duraderas, esto llegó a un final gracias a la nueva liberalización presente desde los años ochenta del siglo pasado. Vemos hoy en día que toda esa estabilidad se ha convertido en un mito y una leyenda lejana.
Posiblemente vivimos en el presente las consecuencias que nos remiten a la modernidad y la industrialización, no obstante, el incremento de la pobreza y la desigualdad mundial se ha acrecentado vorazmente, y es presente ahora en países de primer mundo donde nunca antes se creyó llegar a contar con dichas características presentes en países subdesarrollados, tal es el caso denunciado por el economista Francés Thomas Piketty (2013) en su obra intitulada El capital en el siglo XXI. Se vive un capitalismo salvaje, sumado a una inestabilidad para concretar parámetros de vida como en el pasado. Hoy sólo queda la incertidumbre más acentuada y la inestabilidad para sobrevivir en un mundo de exigencias, en un mundo de más miseria y más desigualdades.
Esta problemática vuelve a hacer a un lado al tema del amor poniendo como principal preocupación la estabilidad económica de clases sociales que se ven mermadas y condicionadas a desaparecer, como es el caso de la clase media en distintos países del planeta. Hoy el amor es desplazado por relaciones momentáneas y completamente patológicas que evidencian cada vez más, la dificultad para concretar relaciones duraderas como las de nuestros ancestros directos. Hoy los estudios de género revelan temas preocupantes relacionados con la manifestación más notoria de violencia entre los noviazgos. Como la lucha del poder entre el amante y el amado que tanto Bauman como Sartre lograron percibir y describir al igual que una relación dialéctica de sometimiento entre quien se enamora más y quien se enamora menos. Entre la imposición del Ser sobre la Otredad.
Hoy al igual que el siglo XX, el control de la cultura de masas queda acentuado de nueva cuenta en los medios de comunicación, la publicación de novelas banales y la explotación del cine comercial, los cuales tienen como finalidad la creación de realidades alternas a las vividas por la sociedad —con el fin de distorsionar la trágica realidad—, es decir, venden los anhelos que la sociedad líquida pretende obtener en la vida, puesto que son en su mayoría, inalcanzables. No sólo desde la nueva mitología de la cultura pop que aparece con la moda de los superhéroes, sino que, como lo expresó Marcuse (2010) en el Hombre unidimensional, existe hasta el control de la lívido sexual y hasta en gran medida la fabricación artificial del amor. Todo para que los individuos sean consumistas y reproductores de estos nuevos parámetros de vida.
Los medios de comunicación no dejan de reproducir arquetipos clásicos como el macho y la mujer sumisa, sin añadirlos al contexto de la modernidad líquida. Por esta razón no es nada extraño encontrar que las relaciones amorosas que nos plasman el cine o la televisión son tan frágiles que es común ver a los protagonistas envueltos en una diversidad de enredos amorosos con más individuos. Y no obstante, como lo señaló Bauman (2003), es una característica de sustitución rápida heredada por el capitalismo actual, en donde la sociedad ha aprendido, o mejor dicho, ha desaprendido a amar como se dio en la antigüedad puesto que hoy la facilidad y la sustitución está a la orden del día y esto puede ser una de tantas claves para entender el por qué culminan rápidamente las relaciones amorosas como noviazgos y matrimonios.[3]
Ya no se cuenta —como en algún momento Bauman lo mencionó en una entrevista— con aquella vieja capacidad que tuvieron nuestros padres y abuelos, para que, mediante la cultura del esfuerzo y del ahorro, pudieran construir futuros más sólidos y más estable. Algo que las sociedades del siglo pasado lograron ofrecer, y sin embargo, como el mismo Bauman (2003) lo expresa para definir al amor líquido, la cultura capitalista ha permeado la conducta humana, transgrediendo al amor a tal grado de fungir como aquella capacidad de comprar productos en un supermercado; baratos, fáciles de obtener, no duraderos y completamente remplazables en un tiempo determinado. Huelga decir, hoy todo es desechable.
También pareciera —como el siglo pasado— que el escenario es trágico en una sociedad que se encuentra sumergida en el caos ejercido por la modernidad líquida. Hoy es alarmante asumir que las élites siguen teniendo el control y la manipulación para crear sociedades de individuos en serie, lo que despectivamente se conoce como “los más media” o la cultura de masas. Pareciera que los valores impuestos en la actualidad, reviven las viejas tesis de Nietzsche en donde planteó que tanto la moral como la cultura, los valores, la religión, la ciencia y las sociedades, siguen encadenando a los seres humanos a la decadencia y lo superfluo. Y de ahí puede revivir su tan famosa transvaloración de los valores para desechar todo aquello que impide al ser humano encontrar la superación, y principalmente, la vieja finalidad tan invisible de la filosofía: LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD.
Hoy en día el amor se encuentra inmerso en una cantidad inimaginable de ideales falsos que en su mayoría, se nutren con la cultura capitalista sobreviviente en el siglo XXI. La vieja escuela crítica de Frankfurt tuvo razón al descubrir cómo se transgredió la conducta humana y se enfiló al individualismo, al consumismo, al despilfarro, a la decadencia. En donde impera la inestabilidad de la vida, donde el ser no tiene una significación real, y donde el miedo es un nuevo factor para comprender que las relaciones humanas también son limitadas por nuevos fenómenos que se anteponen a la paz y el orden que supuestamente deberían brindar los Estados, pues éstos se ven rebasados por la inseguridad, el terrorismo y el narcotráfico. Por la propia fragilidad de la vida humana.
El miedo a la soledad, lo efímera que puede ser la sexualidad en la sociedad líquida y su respectivo amor líquido. Las falsas idealizaciones del amor ancladas en el interés económico o en los falsos constructos que el vulgo genera reproduciendo patrones impuestos por los medios masivos de comunicación, el materialismo servil y soez, y muchos fenómenos más, nos pueden conducir a una pregunta tan enigmática como la del ser, ¿QUÉ ES REALMENTE EL AMOR EN UN SIGLO DECADENTE?, y ante este cuestionamiento, caeríamos en el pesimismo para cuestionar si las relaciones amorosas de las sociedades actuales conservan aún los viejos valores del esfuerzo y la perpetuidad con la que nuestros padres y abuelos construyeron un pasado sólido. Cosa tan difícil en el presente.
Habría que echarle un vistazo a las resistencias del poder que se presentan en grupos apartados al fenómeno capitalista, para entender el comportamiento humano de quienes no están contaminados por la cultura de masas y poder apreciar el desarrollo de las relaciones sociales y la del propio amor. Al igual que el del Ser y su encuentro con la Otredad. Habría que mirar a quienes no reproducen los parámetros vulgares del capitalismo voraz de nuestros días, para evitar asumir a los individuos como seres que no poseen la capacidad de manejar sus vidas con libre albedrío. Es una tarea muy complicada, pero ante el caos siempre existirá la esperanza humana que a diferencia de la utopía —como El principio Esperanza de Ernst Bloch (2007), devela que aún existen seres humanos que hacen la diferencia y que pueden generar cambios desde los espacios mínimos donde la dominación y el poder no encuentran cabida.

Tendríamos que mirar las viejas relaciones que nuestros padres y abuelos forjaron para generar estabilidades familiares y sólidas para asegurar sus futuros. Y aunque esto suela parecer un determinismo, o una ortodoxia romántica, sería muy grato rescatar algunos de los viejos valores que la modernidad líquida finiquitó: la cultura del esfuerzo y la valorización humana. El propio Nietzsche lo decía: el amor está más allá del bien y del mal.
¿Cómo no he de sentir ansias de eternidad y del nupcial anillo de todos los anillos, que es el anillo del eterno retorno? Pero yo nunca he tenido una mujer con la que hubiese querido tener hijos, a no ser ésta a la que amo, porque yo amo a la eternidad. 
!Yo te amo, eternidad¡
Friedrich Nietzsche (2010: 152)


Bibliografía:
Bauman, Z. (2000) Modernidad líquida, Argentina, FCE.
Bauman, Z. (2003) Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, México, FCE.
Ernst, B. (2003) El principio esperanza, Madrid, Trotta.
Heidegger, M. (2003) Ser y tiempo [1927], Madrid, Trotta.
Marcuse, H. (2010) El hombre unidimensional: ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada [1964], Madrid, Ariel.
Nietzsche, F. (2010)Así habló Zaratustra [1883], México, Tomo.

Piketty, T. (2015) El capital en el siglo XXI, México, FCE


[1]  Nacido en la ciudad de Puebla, licenciado en Ciencias Políticas y maestro en Ciencias Políticas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla respaldado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT). Actual candidato al doctorado en Ciencias de Gobierno y Política por el ICGDE-BUAP (CONACYT).
[2] Esto sin hacer a un lado el desquebrajamiento de viejas concepciones como las construidas bajo la racionalidad de la modernidad como: La teoría del Estado y todo lo que ésta implicaba para la búsqueda del orden público y la perpetuidad de la paz.
[3] Para no caer en el determinismo y mucho menos en la discriminación de género, el presente ensayo intenta generalizar la idea clásica del amor entre hombre y mujer.

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