“Conciencia y Posibilidad”.
[…] Se trata de una lucha del espíritu contra la materia; de la lucha contra un mundo que parece negarse, con toda su fuerza, a plegarse a un mundo de ideas que necesariamente han tenido que ser tomadas de la Cultura Europea, porque éstas no se han dado aún en la posible Cultura Mexicana. Lucha de un alma contra un cuerpo. Y, lo que es más grave, de un alma sin cuerpo, porque no se concilia el uno con el otro[1].
Leopoldo Zea.
Leopoldo Zea (1912-2004) aparece como otro gran filósofo preocupado por desentrañar la identidad nacional del mexicano. Heredero directo del ateneo de la juventud, alumno de los grandes titanes de la filosofía mexicana como Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos. Zea reconoce también a la obra de Samuel Ramos, El Perfil del Hombre y la Cultura en México, como un referente inicial para la concepción de lo mexicano, y de la búsqueda por la identidad del ser nacional. Sin embargo aclara que dicha obra después de su aparición en 1934 tuvo un gran rechazo por parte de los lectores, y fue tachada como una obra que denostaba y denigraba al mexicano y su cultura.
Por otra parte, menciona Zea que la obra de Ramos generó tal molestia que al paso del tiempo se arrojó al olvido, al “ninguneo”. Sin embargo, ya habiendo existido el antecedente sobre el tema de lo mexicano, “Antonio Caso había acuñado, como característica de este hombre, la calificación de bovarismo en relación con la psicología con que Flaubert, pintaría a su heroína Madame Bovary”[2]. Y aclara que ésta característica aparece como una fuga de la realidad y expresión de una yuxtaposición cultural, de una forma de adquirir hábitos y costumbres que nunca han sido asimilados, sino simplemente adaptados, menciona Zea que esto generó un nihilismo del ser mexicano,el cual aparecía perfectamente ilustrado en el estudio de Samuel Ramos.
De igual forma, menciona Zea que el filósofo español José Gaos ubicaría la obra de Ramos a la par de los estudios de José Ortega y Gasset, los cuales apuntaban también al autoconocimiento que posteriormente dieran a la identidad como punto de partida para la creación de nuevos pueblos. Estos dos referentes, tanto Gaos con las meditaciones de su filosofía contemporánea, al igual que Ramos y el perfil del hombre,dieron origen al Grupo Filosófico Hiperión en 1949 que emprendió la tarea de buscar los aspectos culturales, sociales e históricos de México, el mexicano y lo mexicano, a través de diversos estudios y cátedras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. El grupo Hiperión estaba conformado principalmente por Emilio Uranga, Luis Villoro, Jorge Portilla, Ricardo Guerra, Joaquín Sánchez MacGregor, Salvador Reyes Nevares y Fausto Vega.
Cabe señalar que Leopoldo Zea fue uno de los filósofos que junto con el grupo Hiperión encabezaron la continuación de la búsqueda por la identidad nacional. Zea reconoce que dicha búsqueda, fue en gran medida el compromiso y lucha que él mismo asumió con sus maestros, José Gaos y Samuel Ramos, para proseguir con tan dura labor. Las obras destacadas de Leopoldo Zea que nos pueden aproximar a su pensamiento sobre el problema de lo mexicano fueron publicadas desde 1952 y son:Conciencia y Posibilidad del Mexicano, El Occidente y la Conciencia de México, Dos Ensayos sobre México y Lo Mexicano.
En las presentes obras, Zea comienza por hacer la reflexión sobre la toma de conciencia del mexicano frente a su realidad, y a los diversos cambios que ésta presenta. Menciona que las transformaciones se dan también en el mexicano, señalando que su amigo José Moreno Villa observa el paso de un “sentimiento de inferioridad” a “un sentimiento de superioridad”. Al igual aclara que, los procesos históricos van formando o construyendo diferentes características en elser mexicano. Haciendo referencia a Arnold J. Toynbee, describe que sucesos como el proceso caótico revolucionario de 1910, son reacciones en contra de las realidades impuestas por Occidente desde el siglo XVI, y que sin duda alguna condenaron y negaron la vida de los mundos indígenas existentes con el pretexto de la universalidad, en vez de comprenderlos. Empero, Zea menciona que dichos mundos negados al paso del tiempo, se mantuvieron vivos; logrando comprender su realidad y la realidad impuesta, para que de igual manera adquirieran conciencia y tras sucesos como, la Revolución de Independencia, la Revolución de Reforma y la Revolución Mexicana, buscaran a gritos desesperados el reconocimiento de su humanidad y de su universalidad mexicana.
Sin embargo, aclara Zea que al paso del tiempo Europa ha necesitado comprender a los mundos negados, ya que la humanidad no solamente refiere a una cultura, sino a todas las existentes, y debido a esto, refiere a Sartre para expresar que a través de lo humano se puede poner a tela de juicio al propio Occidente.
Por otra parte, Leopoldo Zea menciona que a través del estudio de José Ortega y Gasset se pudo tomar un angostamiento y universalidad de la conciencia, no sólo en España –acusando que el eurocentrismo había creado una linealidad histórica que denostaba a las demás culturas como barbarás o salvajes– sino también en países como el nuestro, donde Alfonso Reyes coincidía en acusar que los puntos de vista universales europeos eran impuestos a diferentes realidades como en América, amurallando a los pueblos como la antigua China, y que a raíz de esto, dichos pueblos, a partir de su negación se han hecho valer como resistencias a los órdenes imperantes, generando conciencia porque “todos los pueblos tienen algo que decir”[3] a través del reconocimiento de la humanidad mexicana. “Ahora somos nosotros, los mexicanos, los que enjuiciamos y condenamos a pueblos que otrora nos enjuiciaban y condenaban; y los enjuiciamos y condenamos porque no han sabido captar la plenitud de nuestra humanidad”[4]. A esto, Zea específica que existen grandes responsabilidades y grandes problemas, condenando a todo nacionalismo por los errores que han ocasionado, y por ello existen muchos mexicanos tratando de dar respuesta a la búsqueda del hombre, “en este caso del hombre de esta circunstancia llamada México”[5].
La nueva actitud filosófica en México ha surgido desde la posición tomada por los artistas después de la revolución, porque ahí tomaron a la desnudez de la realidad en el país para generar una actitud reflexiva en los filósofos, y que éstos pudieran captar el sentido universal de sus expresiones, para poder transformar lo concreto circunstancial en concreto universal, con aquel estudio llamado la Esencia del ser del mexicano. Este estudio se ha realizado después de asumir lo humano, y a partir de esto, la búsqueda por la esencia humana a través de la filosofía que también despierta del gran letargo en que los rigurosos estatutos la han mantenido.
En el tema de la toma de conciencia, Leopoldo Zea nos menciona que se encuentra como punto de partida la Revolución Mexicana, la cual se encuentra como el polo opuesto a los grandes referentes mundiales (universales), como lo son la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Rusa de 1917. Dichas revoluciones llegaron a tener un fuerte impacto sobre otras sociedades por la forma de cambiar sus realidades, las cuales partían desde la injusticia social, la desigualdad económica o el hambre. En contraste, nuestra revolución no vino a cambiar absolutamente nada y mucho menos a resolver los problemas humanos. No tuvo inspiraciones filosóficas, ideológicas, y mucho menos una justificación. La única justificación dice Leopoldo Zea fue acrecentar las injusticias concretas, gracias a hombres carentes. “Una oligarquía, despótica y egoísta, bloqueaba todos los caminos, cortaba todas las aspiraciones y rompía con todas las esperanzas”[6].
La vaga esperanza revolucionaria simplemente cegaba con el término del reinado porfirista. El rechazo social era causa de su propio aglutinamiento, expresando ser un odio directo al abuso de poder del dictador y de su oligarquía reinante, por parte de una clase social que venía siendo desde tiempos remotos explotada.
Unos vieron en la revolución la oportunidad para desplegar sus grandes y pequeñas ambiciones expresadas en un afán de predominio político; otros, la oportunidad para poner fin a una situación social que había venido siendo mantenida desde la Conquista y a la cual ninguna revolución anterior había tratado de poner remedio[7].
Sin embargo, a pesar de tratar de ilustrar al odio creciente hacia el dictador en las famosas frases –que a la pos culminarían siendo contradictorias– como: “Sufragio efectivo y no reelección” y “Libertad y tierras”, la revolución culminaría siendo una de las revueltas más sangrientas en la historia mexicana, lo cual provocaría su continuación en los gobiernos emanados de dicha tragedia –en el nacimiento del Sistema Político Mexicano–.
Afirma Leopoldo Zea que la Revolución Mexicana a pesar de no ser delineada por ideales, o estandartes filosóficos, fue la expresión viva de la realidad que atravesaba el país, dando como fruto a diversos pensadores y artistas. Afirma también que no respondían a ninguna abstracción sino a problemas concretos que hacía coincidir a diversos hombres. En su mayoría, también se buscaba mejorar la vida de cada uno de los mexicanos, para que se pudiera aspirar a un mejor futuro y a poder tener oportunidades para lograr una felicidad, empero, aclara Zea que estas palabras pueden sonar fáciles o sencillas, pero que en sí, representan la mayor dificultad que puede tener un pueblo. “Por esta razón fue menester el sacrificio: esa muerte fácil y sencilla que cubrió los campos mexicanos antes de que pudieran adquirir realidad las sencillas aspiraciones de un pueblo en revolución”[8].
La revolución vino a desentrañar facetas ocultas de la realidad mexicana –afirma Zea–, mostrando un mundo ancestral escondido tras el disfraz que la dictadura porfirista negaba con el positivismo –y su imitación–, para posteriormente encontrar en el peligroso nacionalismo la fuente que posiblemente auguraba la resolución de todos los males procedentes desde la conquista, y el reconocimiento de ser un país libre y humano frente a las potencias que siempre lo habían negado. Sin embargo, el nacionalismo fue una vuelta a la realidad, acrecentada por salvaguardar nuestros derechos contra los intereses de otro enemigo al acecho, Estados Unidos. Por esta razón, el mismo nacionalismo y afán por el reconocimiento, la toma de conciencia posiblemente hagan sentir en el mexicano que ya no es inferior a nadie.
Leopoldo Zea menciona que nuestra revolución a pesar de ser carente y desentrañar el lado oculto del ser mexicano, logró consolidar un carácter universal –a través de los grandes artistas, filósofos, escritores que lograron surgir– en los pueblos latinoamericanos que, inspirados en ella, lograron también aproximarse a la esperanza que generaba el poder reconocerse, y lograr así transformar sus circunstancias. También, señala que la preocupación por la búsqueda de una realidad mejor no debe desaparecer –tomando en cuenta la época en que el fuerte nacionalismo imperaba en el país–, y mucho menos perder el afán por considerar a la realidad mexicana como universal, ya que esto –citando Leopoldo Zea a Octavio Paz– se considera una esterilidad.
El hombre que se encontró tras la revolución, fue un hombre fuertemente ligado a la tierra, la cual era la única fuente de supervivencia que daba razón a su ser. A aquel ser que vivía al día porque la tierra a pesar de no ser suya le otorgaba lo inmediato y concreto. Gracias a esto y a la injusticia que provenía desde la conquista y tras el arrebato de la tierra por parte de la elite porfirista, la revolución tuvo un fuerte imán con el pueblo disgustado, lo que ocasionó trasmitir el malestar local a la coincidencia de los malestares colectivos pero, expresa Zea, difícilmente se encontró un ideal nacional.
Asimismo, Zea señala que la idea de Estado se encuentra en el mismo lugar que el de nación, muy apartada del sentido clásico que proviene de Occidente europeo.
El mexicano tiene una idea, la de gobierno, pero en el más ingenuo de los sentidos como el de alguien, casi providencial, que posee el suficiente poder para prever y proveer por aquello que necesita muy concretamente. Este alguien no es, en forma alguna, una abstracción. Este alguien es tan concreto que puede siempre ser localizado dentro de una relación familiar o amigal […]. El interés político del mexicano, por la misma razón, crecerá o decrecerá, según que se sepa o no ligado por alguna coyuntura con el gobernante o gobernantes en turno[9].
Señala Leopoldo Zea que debido a esto, el país se ha conducido históricamente a unificarse de manera singular –y puedo señalar que–, a diferencia de países como los Estados Unidos donde la conciencia política; de nación y Estado, lograron generar una gran prosperidad, identidad, y unificación nacional, en México la unidad ha sido de manera afectiva; donde las leyes fracasan y triunfan los gobiernos en los cuales las personas confían y guardan lealtad a personajes como el “caudillo amigo”, los cuales jamás llegan a mejorar sus circunstancias o condiciones de vida. A ésta imagen de veneración ciega, Leopoldo Zea la ilustra con la figura máxima del poder mexicano: el presidente de la república.
El presidente de la república es visto, y de hecho lo es, como el máximo hacedor y proveedor de todas las necesidades nacionales. Entendiendo éstas como las necesidades de todos y cada uno de los mexicanos. Estas necesidades, por su concertación, pueden ser de toda clase, en aquellas que podrían parecer más ajenas al interés del Estado[10].
Asimismo, el papel o valor que se le otorga al presidente, puede también caer en un círculo vicioso, al exagerar las funciones presidenciales, a tal grado, de creer o pensar que el presidente tiene la solución para todo. Citando a Frank Tennenbaum, Zea afirma que la capacidad del presidente de ser “todo poderoso”, lo instaura como el jefe nato de la república y como caudillo de todos los mexicanos, el cual, para realizar todas las encomiendas puede recurrir a “sus relaciones concretas de amistad” para solucionarlo todo, y tenerlo todo perdonado. He ahí uno de los orígenes claros delcompadrazgo, el caciquismo, el nepotismo, entre más.
Dicha concepción del poder presidencial se remite a la moral social, la cual después de que la revolución de 1910 fuera también una lucha para ampliar los privilegios de una parte de la oligarquía porfirista, generó en el individuo mexicano perteneciente a las clases sometidas desde la colonia, un profundo sentimiento de desconfianza y resentimiento, sumado a los grandes fracasos que las esperanzas de doble moral siempre se presentan gobierno tras gobierno. “El que cumple puede fácilmente transformarse en el mejor de los amigos o en el mejor de los caudillos que podrá ser, por lo mismo, el mejor de los gobernantes”[11].
Después de la revolución la moral mexicana debía de ser cambiada, al igual que los diversos contrastes que ésta había presentado. Tuvieron que tomarse medidas que llegara a proporcionar la resolución a los problemas inmediatos, como aquellos que generalizaron a gran parte de la sociedad para dar origen a la revolución, sin embargo, los cambios debían de ser de gran impacto para contrarrestar el cúmulo de desconfianza sembrado en el mexicano. De esta manera el cambio se instauró en las leyes y normas del país, para poder así mantener una vigencia general, alejada de la transformación real. A esto Leopoldo Zea expresa lo siguiente:
México, hasta ahora, por una serie de circunstancias históricas y sociales se ha venido manteniendo en el plano que podríamos llamar práctico. En ese plano que Hegel llamaría natural, el plano de la pura acción sin conciencia de la misma. Plano de la acción pura y, por lo mismo, inmediata, concreta y circunstancial, sin orientación, o plan por realizar. Evolución ciega, sin más orientación que la satisfacción de las necesidades más inmediatas[12].
A lo antes señalado, Zea mantiene una visión optimista, mencionando que el posible cambio real se encuentra por llegar a través de una nueva etapa de autoconciencia, para así, poder hacer a un lado a todos los “lastres” que impiden el buen desarrollo del país. La nueva etapa de conciencia debe hacernos más responsables y capaces de reconocer nuestra realidad para llevarnos al reajuste y, posteriormente poder desechar a la utopía tan característica en la política generada del país.
Sobre la conciencia de lo negativo y de lo positivo, Leopoldo Zea encuentra uno de los “eslabones” principales para afirmar que, después de la conquista los españoles criollos estudiaban a los indígenas, no para indigenizar el entorno sino para preservar el dominio sobre ellos, y así posteriormente encontrar las características que los hicieran parecer iguales, a través de un reconocimiento o igualdad de derechos, mas no para asimilarlos.
La toma de conciencia de la realidad mexicana tiene una historia, la cual podría iniciarse en la misma etapa del descubrimiento y conquista de México; en el encuentro de dos culturas distintas en pugna mortal. Encuentro que hizo consciente a su diversidad y, con ella, la fisura que había de acompañar al mexicano el resto de su historia[13].
Asimismo, se lograba captar a la realidad mexicana mediante diversos estudios que los personajes ilustres de la colonia lograban desarrollar, pero no precisamente a través de la asimilación sino a través de ideas provenientes de Occidente europeo. Zea resalta que los primeros en tener conciencia de la realidad mexicana, fueron los políticos y artistas (pintores, escritores, novelistas) surgidos tras la revolución. Los primeros la tomaron con su más cínica expresión, los segundos describiendo todas las formas. Posteriormente la revolución lograría perpetuar un orden con la época conocida comoCallismo.
El Callismo vino a ser la unificación y el orden del país. Un orden irracional embalsamado de una violencia injustificada y atrocidades sin nombre. Leopoldo Zea menciona que esto se fue consolidando desde que el mestizo en el siglo XIX se logró posicionar en el poder político, tomando todas las riendas que han hecho fracasar a todo tipo de ideal importado. Tras estas atrocidades, la conciencia mexicana despertó en grandes intelectuales como José Vasconcelos, personaje que buscó sin cesar la transformación de la realidad nacional a través de la promoción del estudio y la participación política de los intelectuales, sin embargo, y con aguda tristeza, la tarea de Vasconcelos debe mencionarse, fue un rotundo fracaso que orilló a los intelectuales del país a alejarse de la participación política.
La realidad mexicana se presenta cada que ésta quiere ser cambiada, contrarrestando todo intento por hacerlo, siendo así los primeros enfrentamientos racionales entre la realidad del país y los intelectuales. Por otro lado Antonio Caso con sus grandes cátedras, columnas periodísticas, y críticas, mencionaba que el Callismo no era más que una demagogia, lo mismo para aquel afán de incorporar al socialismo en México a inicios del siglo XX, los mismos problemas que surgieron para la democracia del siglo XIX se harían presentes para detonar que nuestra realidad es ilusoria, y que la resolución de nuestros problemas abandonados siempre surgirán reprochando nunca haberlos resuelto. De esta forma, Leopoldo Zea pronuncia las palabras de Antonio Caso y asegura que debemos regresar a nosotros, a nuestras tradiciones, nuestra cultura; esperanzas y anhelos. “Sólo así nos conduciréis a un estado mejor y nos redimiréis de nuestro infortunio”[14]. Para poder dar respuesta a la problemática que no se ha podido resolver desde la conquista española, y poder conocer el origen de nuestros fracasos.
Para la transformación de la realidad que tanto nos aqueja, Zea menciona que debemos llegar a la autoconciencia, de la misma manera en que el teatro, la literatura y la filosofía lo han intentado hacer, a pesar de que el vasconcelismo o representó el fracaso que orilló a los intelectuales a alejarse más de la política nacional. Personajes como Samuel Ramos, Rodolfo Usigli y Agustín Yáñez, han dado paso para el estudio delo que es el mexicano y la forma en la que se presenta. Sin embargo, las mismas ideas que se utilizan para el estudio del mexicano, provienen de la herencia europea, como la de Adler, Freud y Scheler, y a pesar de ayudar también reflejan una incapacidad. Haciendo referencia a la obra de Samuel Ramos, El perfil del Hombre y la Cultura en México, se asegura que la etapa del Callismo –como máxima expresión nacionalista–, es simplemente un disfraz que, al igual que el europeísmo, culminaría en un rotundo fracaso. Se han creado diversas identidades nacionales que convergen entre lo imaginario y se alejan de lo real (“el pelado mexicano, el mexicano de la ciudad, el burgués mexicano” y otros), la misma revolución ofreció promesas fantasmales, se negó a la realidad, al proceso histórico del país, y asume Zea, al propio destino funesto, para dar partida al olvido de la cultura, a la negación del espíritu humano, al desprecio por el buen estudio universitario, al olvido y el desdén por el intelectual, sin tener más que una degradante imitación de todo.
Se debe arrebatar los atavíos que habitan al mexicano. La lucha del alma y el espíritu por encontrar la razón de ser, se encuentra en la introspección psicoanalítica como la expuesta por Samuel Ramos, aquella que expone al desnudo al mexicano frente a la vida que no se quiere reconocer, a pesar de tener la negación de crítica y de cambio, los intelectuales preocupados por responder a éstas problemáticas e incógnitas, son aquellos mismos hombres que, si no han encontrado un cuerpo mexicano, a través de ellos mismos, han emprendido al tarea más difícil, la de ser el alma de México. Un alma en un cuerpo que desgarra inexistencia.
[…] Se trata de una lucha del espíritu contra la materia; de la lucha contra un mundo que parece negarse, con toda su fuerza, a plegarse a un mundo de ideas que necesariamente han tenido que ser tomadas de la Cultura Europea, porque éstas no se han dado aún en la posible Cultura Mexicana. Lucha de un alma contra un cuerpo. Y, lo que es más grave, de un alma sin cuerpo, porque no se concilia el uno con el otro[15].
De la misma manera, la conciencia crítica de la realidad mexicana, al igual que Ramos, Leopoldo Zea expone su reconocimiento a Rodolfo Usigli. Personaje que a través de sus obras dramáticas, no sólo expresó la realidad mexicana después de la revolución, sino que también realizó una crítica hacia lo que no se quería reconocer, la hipocresía como máscara de la verdad, afirmando que: “La verdad de México –dice– es una larga obra de las mentiras mexicanas. La verdad se va forjando en la mentira. Las verdades mexicanas son mentiras que, a fuerza de serlo cotidianamente, terminan por ser verdad”[16]. Empero, dicha falsedad tiene que ser vivida para alcanzar una verdad, en esto se ilustró el Callismo, la etapa más atroz de las demagogias e hipocresías de la política mexicana.
A partir de la demagogia y de las mentiras tanto políticas, nacionales y personales, es como Zea refiere a la vasta obra del maestro Usigli, el cual expresó sin duda alguna la penosa posición de muchos intelectuales que se vendieron o se acobardaron, haciendo perder la credibilidad de los alumnos por los maestros, porque al igual que el teatro, no hay nada en este mundo mejor que la simulación (el no pasa nada), la farsa viviente e interminable.
El mexicano para salvarse de la mentira adopta el gesto que corresponde a la mentira y participa en ella como el mejor de los actores. Gesticula, hace de la mentira su verdad, se transforma en lo que no es, como el mejor de los actores. Por esta razón, dice Usigli, no hay buenos actores en México, porque ésta es una labor que se realiza fuera de las tablas, cotidianamente[17].
Agustín Yáñez a través de la novela –comenta Zea–, ha logrado realizar una introspección del hombre mexicano, expresando las “formas del resentimiento en la educación mexicana”, las cuales surgen desde las desigualdades y malestares sociales, rasgos aglutinados también en la revolución. Estas desigualdades han propiciado adoptar actitudes y hábitos falsos con una gran dosis de rencor y resentimiento, posiblemente heredados en partes; desde la conquista y colonia, hasta la independencia y las revoluciones; un tanto de las culturas indígenas sometidas por el abismo tortuoso de la distinción de clases que convivieron en el mismo entorno étnico bajo un régimen duro, al igual que en su pasado “los sacrificios humanos, la superstición y todas las formas de aniquilamiento de la voluntad común dan lugar a estos resentimientos entre los indígenas aprovechados por los conquistadores”[18]. Y otro tanto con la independencia; fuente de la afección de privilegios insatisfechos de los insurgentes, sumado a los ciudadanos envenenados psíquicamente por la desilusión. Cabe señalar que, a pesar de ser poseedores de resentimientos, éste no es determinante en toda la vida mexicana, porque descubriendo la raíz de los valores, se puede tomar conciencia de las mismas.
Los tres personajes citados por Leopoldo Zea –Samuel Ramos, Rodolfo Usigli y Agustín Yáñez–, han logrado establecer una introspección en el ser mexicano desde sus diferentes puntos de vista, y aunque la crítica emanada desnude el aspecto negativo de sus entrañas, es uno de los principales pasos para hacer conciencia de la realidad, y mediante este procedimiento, posteriormente se logre captar los valores positivos delo mexicano, y así lograr aproximarse a la construcción de un mejor México.
De la conciencia constructiva de la realidad mexicana, Leopoldo Zea recuerda a través de las palabras de Alfonso Reyes, el llamado de auxilio de los pueblos latinoamericanos para ayudar a resolver los problemas de la humanidad, como una gran responsabilidad tras los sucesos ocurridos con el estallido en 1936 de la Segunda Guerra Mundial y el atentado a la libertad y democracia española. Dichos acontecimientos fueron la agresión directa al espíritu humano, a su aniquilación; tanto de sueños como de esperanzas. El “Narciso” europeo se encontró por primera vez frente a su soledad; bárbara y aniquiladora que, a pesar de la desgracia también contribuyó a nuevas valoraciones y filosofías. “El historicismo es reforzado por el existencialismo en su crítica a la pretensión de una Europa como donadora de toda posible humanidad”[19].
Es a través de la soledad –enuncia Zea a Octavio Paz– como se puede captar el ser de otros pueblos que han vivido y viven en desgracia. “En la soledad que sufre el europeo capta también la soledad del hombre de México; pero con ella aprehende también la forma de romper esta soledad: la comunidad del hombre con el hombre”[20]. Puede representar el momento de crisis como la oportunidad para encontrarse frente al otro, de mirarse bajo el mismo espejo. Puede ser el momento adecuado para que toda mala sintonía desaparezca del espíritu humano, concibiéndonos como humanos.
La historia representa para el hombre el sinnúmero de sucesos que jamás desaparecerán, porque permanecen en lo más recóndito del inconsciente humano.“Toda nuestra historia no ha sido un afán por encontrarnos como hombres al lado de todos los hombres. Una historia de frustraciones, pero también de esperanzas”[21]. Debe surgir el momento, a través del reconocimiento del otro por medio de la soledad, de quitarnos la máscara y abrirnos –refiere a Octavio Paz–, porque de esta forma comenzaremos a vivir y pensar de verdad.
Mediante los sucesos conflictivos que la propia vida nos otorga, vamos encontrando nuevos instrumentos de estudio filosófico, a pesar de habernos hecho dóciles a la moda–Zea señala esto a través de las palabras de Emilio Uranga–. El existencialismo francés ha otorgado la capacidad de comprensión de la existencia humana, y de ligar “lo concreto con lo universal, para elevar a universalidad nuestra realidad”[22]. Por esta razón, surge el Grupo Filosófico Hiperión; hijo del cielo y la tierra para conectar lo universal y lo concreto. Proyecto consciente para la futura transformación de la realidad mexicana –remitiendo a Luis Villoro, miembro del grupo filosófico–. Realidad que se someterá a prueba mendicante el existencialismo para generar posibilidades donde el investigador, quedará varado a su criterio y valoraciones.
El caso de Luis Villoro es la muestra próxima a la solución del problema de reconocimiento humano que envuelve al indígena. Ricardo Guerra con el estudio de las raíces imaginarias en los proyectos mexicanos, Jorge Portilla a través de las relaciones originales del individuo y la sociedad de México. Salvador Reyes Nevares con el estudio de las formas (comportamientos) que adopta el mexicano en relación con los otros. Fausto Vega con “las formas de manifestación del mexicano que se hacen patentes en su literatura”[23]. Emilio Uranga con la “Ontología del Mexicano”, atendiendo a lo que tiene que ser, más de lo que ha sido, adoptando la idea de insuficiencia del mexicano –a diferencia del sentimiento de inferioridad de Samuel Ramos–, la cual implica una escala inmanente de valoración al mismo tiempo de reconocer una jerarquía de valores.
La tarea a realizar –menciona Leopoldo Zea–, no solamente consiste en localizar los valores del mexicano, sino a traer de su realidad los valores que sean peculiares para poder así, realizar una inversión de éstos para que el hombre mexicano pueda actuar y realizar un destino propio acorde a sus circunstancias.
Existe un mexicano como posibilidad. Un mexicano que se encuentra en situación límite; frente a una pequeña línea que divide su humanidad y barbarie. Zea menciona que, al igual que los países que sucumbieron a la Segunda Guerra Mundial con el peor de los aniquilamientos humanos, el hombre mexicano también se encuentra al borde de lo extremo, pues converge en la posibilidad de pasar de un mundo a otro, confundiendo comúnmente “lo mágico con lo científico, lo imaginario con lo real, el tabú con el obstáculo natural, la comunidad con la sociedad, la ley con la voluntad, lo mítico con lo religioso, la muerte con la vida”[24]. No sólo se confunde en el pensar, sino también en el actuar, y es por eso que el mexicano es impredecible, misterio indescifrable porque siempre cabalga en lo inesperado, característica peculiar en su vida. El mexicano no comulga con el “debe ser”, sino con el “querer ser”, porque cuando quiere se lanza al extremo.
“El hombre de México no se compromete sino parcialmente, no enajena su acción sino en algo concreto, bueno o malo; nunca toda su acción en circunstancias que no puede prever”[25]. Es hombre de posibilidades, y apuesto que su actuar comulga particularmente con la gran pasión que desborda su “alma desgarrada”. Vive en la oportunidad porque al igual que su actuar, es el extremo o fin último del querer ser, por eso mismo se vuelve oportunista y aprovecha lo último. Zea menciona que debido a esto, el mexicano confunde a la vida de la muerte; gesto teatral del famoso “macho”, el que vive y muere, pero más muere por una mujer o un amigo, o morir simplemente porque sí, pero jamás por una idea o ideal; “no morir por la realización de un fruto, porque con él no cuenta”[26]. Es también tema de reflexión y de conciencia, tener presentes las peculiaridades mexicanas, menciona Zea, racionalizando el mundo aparentemente contradictorio, aquel que se encuentran al filo, o al límite de las posibilidades, porque asimilando la forma de ser del mexicano se puede conciliar su unidad.
A pesar de que el ser mexicano tenga un sinnúmero de características negativas, se encuentra también en la brecha de una crisis sin precedentes, una es la que arrastra Occidente con el conflicto mortuorio, y otra que lo hace vivir a pesar de las adversidades, vivir al día y siempre, característica que le ha generado la posesión de la zozobra, la inseguridad y la inconsistencia desde tiempos inmemorables.
Nadie algún día dijo que las circunstancias de la vida deban ser siempre amenazantes. El mexicano se encuentra en el momento de la definición de su ser, se encuentra frente a un permanente crear a través de la zozobra y la inseguridad, rasgos por los cuales Zea pronuncia, sin características que en algún tiempo harán al mexicano “ser más que un hombre”[27].
De igual manera Leopoldo Zea nos menciona que el mexicano, ha podido adoptar algo de lo que no se creía capaz, la técnica –traída de Occidente–. La cual, a pesar de ser exaltada en el positivismo; con el orden y progreso; científico y social, expresiones de formas contradictorias, la industrialización vino a rendir frutos con un pueblo que trabaja, y a pesar de los fracasos que los proyectos de la técnica contraigan, el mexicano es un ser experimentado frente al fracaso, porque lo vive siempre, pero también representa la lucha diaria que puede generar la posibilidad de transformar sus circunstancias. A diferencia de otros países, la técnica que adaptó el mexicano, ligada con el fracaso constante que no es otra cosa que algo normal para él, lo hace ser indiferente ante dicha problemática, algo común y pasajero, a lo que siempre encontrará una solución próxima, porque nada es tan grave como la enfermedad que en el extremo, y sólo así, lo hace acudir al médico.
“Si no sucede tal cosa el hombre se ingenia por arreglar sus descomposturas de la mejor manera posible. Un alambre por aquí, una horquilla, un trozo de corcho o un mecate, podrían ser suficientes”[28]. Porque la vida no termina, no se acaba, no es el fin de los días, sino el momento en que el hombre humaniza a la máquina, algo cotidiano. Sin embargo, la misma cotidianidad que hace al mexicano vivir al día lo hace despilfarrar y derrochar sus ganancias, porque sólo vive con lo necesario, alejado completamente de la acumulación de riquezas. Característica común de la pobreza, constante y alarmante porque es sinónimo de esclavitud moderna. Es el ser arrojado ahí, al cual todo bien o ganancia no es más que un accidente que le llega y que tal vez nunca pudo existir.
Leopoldo Zea ha retomado gran parte de la tarea para encontrar tanto las virtudes del mexicano, como las desventajas que éste posee. Sin embargo, menciona que, de la misma manera en que Occidente hace frente a la crisis de la guerra y el aniquilamiento; busca la capacidad de reinventarse, a través de una nueva moral que desplace los errores pasados, es momento, el más adecuado, para que el mexicano a través de la autocrítica, de la manera tal vez difícil de encontrarse frente a sí mismo, pueda transformar una moral, frente a las mismas vicisitudes y las circunstancias que la vida nos ofrece. Aquella tarea para reinventar al ser mexicano, debe ir de la mano denuestra filosofía, para dar conciencia y dar vuelco los valores que nos ayuden a establecer una sintonía con nuestra realidad, para poder así generar una moral más allá de lo mexicano, sino una “moral del hombre en circunstancias parecidas a las nuestras”[29].
*Trabajo de investigación actual en la maestría de ciencias políticas BUAP.
[1] Zea, Leopoldo, (2001), Conciencia y Posibilidad del Mexicano, El Occidente y la Conciencia de México, Dos Ensayos sobre México y lo Mexicano, Porrúa, México, p. 43-44.
[2] Ibíd., IX prólogo Zea.
[3] Ibíd., p. 9.
[4] Ibíd. P. 10.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd., p. 16-17.
[7] Ibíd., p. 17.
[8] Ibíd., p. 18.
[9] Ibíd., p. 29.
[10] Ibíd., p. 30.
[11] Ibíd., p. 32.
[12] Ibíd., p. 35.
[13] Ibíd., p. 37.
[14] Ibíd., p. 39.
[15] Ibíd., pp. 43-44.
[16] Ibíd., p. 45.
[17] Ibíd., p. 47.
[18] Ibíd., p. 48.
[19] Ibíd., p. 51.
[20] Ibíd., p. 52.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd., p. 53.
[23] Ibíd., p. 54.
[24] Ibíd., p. 58.
[25] Ibíd.., p. 59.
[26] Ibíd., p. 60.
[27] Ibíd., p. 63.
[28] Ibíd., p. 64.
[29] Ibíd., p. 70.
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