<<¿Qué dosis de verdad puede soportar el hombre?>>. Esta interrogación de Nietzsche viene a nuestra mente al terminar estas notas, y nos mueve a prevenir al lector sobre el contenido del presente capítulo, que es una exposición cruda, pero desapasionada, de lo que a nuestro parecer constituye la psicología mexicana […]. No es muy halagador sentirse en posesión de un carácter como el que se pinta más adelante, pero es un alivio saber que se puede cambiarlo como se cambia de traje, pues ese carácter es prestado, y lo llevamos como un disfraz para disimular nuestro ser auténtico, del cual, a mi juicio no tenemos por qué avergonzarnos […].Somos los primeros en creer que ciertos planos del alma humana deben quedar inéditos cuando no se gana nada con exhibirlos a la luz del día. Pero en el caso mexicano, pensamos que le es perjudicial ignorar su carácter cuando éste le es contrario a su destino, y la única manera de cambiarlo es precisamente darse cuenta de él […]. Los hombres no acostumbrados a la crítica creen que todo lo que no es elogio va en contra de ellos, cuando muchas veces elogiarlos es la manera más segura de ir en contra de ellos, de causarles daño[1].
Samuel Ramos.
La obra de Samuel Ramos –ilustre ensayista, filósofo y crítico mexicano– aparece en 1934 y aclara que, el presente estudio puede interpretarse como un ensayo psicológico y filosófico del mexicano, a su vez, aclara la existencia de diversos males que se presentan en la cultura; como el exceso de imitación a Occidente europeo, y con más resalto, el sentimiento de inferioridad que surge ante la incapacidad del ser mexicano para responder a las situaciones que llegan a presentarse cotidianamente.
Ramos enuncia que nuestra cultura es muy joven, y que ésta, ha sido desviada en su desarrollo por las exigencias que imperan desde Europa, sin embargo, aclara que su estudio no puede generalizar a todo mexicano ya que reconoce la existencia de aquellos capaces de superar las adversidades de la vida, así como reconoce que el hombre es capaz de adaptarse a los entornos más drásticos o buscar las circunstancias más adecuadas para poder sobresalir exitosamente.
De igual forma, menciona que, a través de su estudio no solamente encontró que el sentimiento de inferioridad se hace presente en el hombre con la historia mexicana, sino también de haber desdeñado al hombre que brota de aquel sentimiento; un tanto para elevarse y otro para negarse: el pelado mexicano.
Samuel Ramos comienza señalando la dificultad que contrae el asumir a la cultura mexicana, la cual ha significado para muchos como un eslabón con dos vertientes de existencia, del ser y del no ser. Por esta razón aclara que no podemos afirmar a la cultura o negarla. La dificultad señala él, la encontramos en tratar de definir si la cultura mexicana es objetiva o subjetiva, y esto se presenta como un eterno debate que trascendió a finales del siglo XIX y posteriormente en el siglo XX.
Asimismo, Ramos enuncia que “una cultura está condicionada por cierta estructura mental del hombre y de los accidentes de su historia”[2], los cuales, ciertamente se han ido desarrollando a través de diversos episodios como; el choque de los imperios del México prehispánico con el español, la colonia, etc. A su vez, menciona que teniendo en el siglo XIX como referente a seguir a Occidente europeo, los ilustres mexicanos de aquella época se dedicaron a asumirse ante Occidente –teniendo un abuso de imitación– mientras tanto, era también negada gracias a la hostilidad nacionalista. Cosa que sin lugar a dudas, ha sido la raíz de los fracasos como nación.
El exceso de imitación; el mimetismo, es una de las características singulares de nuestra cultura. Es un malestar que emana desde el sentimiento de inferioridad y, a diferencia de la vanidad; la cual busca la reacción sobre el otro de como se es, la inferioridad nace desde el juicio de comparación de uno con el otro, y como mecanismo de defensa ante la inferioridad y la realidad, asume al otro hacia sí mismo y lo imita, “al crear una apariencia de cultura, nos libera de aquel sentimiento deprimente”[3].
De esta manera, Ramos da el ejemplo constitucional que tuvo el país al imitar a los Estados Unidos de América, cosa que para muchos puede resultar un rechazo severo tras la vanidad jurídica y la tradición en “forma” que siempre ha tenido el país. Samuel Ramos pronuncia las palabras que Fray Servando Teresa y Mier daba en un discurso:“<<que se cortaba el pescuezo si>> alguno de los oyentes sabía <<qué casta de animal era una república federada>>”[4], tras acontecer el conflicto del centralismo y federalismo con el ocaso del imperio español.
De esta forma, Ramos demuestra como el padre Mier no comprendía cómo era posible hablar de federalismo, ya que este se manifestaba en el tratar de unir lo desunido, cosa que para el país, poseedor de una larga tradición colonial y, teniendo el antecedente de la crisis del imperio español y la búsqueda de la independencia de lugares como Yucatán, Jalisco entre otros, era absurdo hablar de federalismo tal cual lo adoptaba Norteamérica, ya que tiempo después en México con el triunfo liberal se proclamaría una república federal, como absurda copia y máscara del centralismo que padecería la nación, casi como enfermedad para contrarrestar la anarquía reinante en el siglo XIX y que años más tarde, se consagraría como una característica del régimen autoritario que dejaría la revolución.
El mimetismo constitucional menciona Ramos, se puede encontrar también en la comparación del mundo real con el imaginario o ficticio. La constitución vino a ser la simulación de algo que ya no puede distinguirse. “Por ejemplo, cuando es promulgada una constitución, la realidad política tiene que ser apreciada a través de aquella, pero como no coincide con sus presentes, aparece siempre como inconstitucional”[5]. Por una parte la constitución y la legalidad se encuentran en un cisma con el mundo real, lo que haría estar en un permanente estado de ilegalidad, al cual Samuel Ramos le suma un espíritu de rebeldía que se detona en cualquier momento, ejemplificando con certeza ser la causa de un caótico siglo XIX lleno de revoluciones.
A su vez, Ramos señala que el imitar ha determinado la vida del mexicano sin importarle a los historiadores, pero que es algo fundamental para comprender el pasado inmediato. “En suma, si concebimos la historia como debe concebirse, no se nos aparecerá como la conservación de un pasado muerto, sino como un proceso viviente en el que el pasado se transforma en un presente siempre nuevo”[6].
Pronunciando palabras de García Calderón, apunta que la historia no se repite y tiene sus fechas, sin embargo, en la cuestión humana, especialmente en la historia iberoamericana, vuelven a surgir revoluciones que traen consigo “los mismos hombres con las mismas promesas y los mismos métodos”[7]. Cabe señalar que nuestra historia se ha forjado a partir de contradicciones, del imitar y del ocultar la realidad, el mismo Justo Sierra reconocía la repetición de los sucesos caóticos en la nación. Sucesos que penosamente se han hecho a un lado, pero que para Ramos, si estos se reconocieran, representarían a la perfección un buen estudio para generar una filosofía de la historia mexicana, ayudando a comprender los malestares que atañen a la propia cultura.
Samuel Ramos especifica que el aproximarnos a nuestro origen histórico, nos puede ayudar a comprender; si nuestra cultura se deriva o se asume del proceso histórico que tuvo.“Es cierto que hubo un mestizaje, pero no de culturas, pues al ponerse en contacto los conquistadores con los indígenas, la cultura de éstos quedó destruida. <<Fue –dice Alfonso Reyes– el choque de jarro con el caldero. El jarro podía ser muy fino y hermoso, pero era el más quebradizo>>”[8]. De esta manera nos proporciona dos etapas a distinguir, una es la trasplantación y otra la de asimilación.
Cabe mencionar que Ramos distingue el desarrollo de nuestra cultura con otras, ya que podemos recordar la etapa colonial que trajo consigo, una manera distinta para concebir nuestro espíritu humano, a través de la religión y del idioma. De esta manera, fue asimilada toda la educación proveniente de la iglesia, la cual fungía a la par de un Estado. Ramos señala que aquella formación fue duramente enraizada por el dominio católico, para preservar una hegemonía contra las ideas modernas o renacentistas que también provenían de Occidente. Asimismo, podemos encontrar que los siglos de dominación colonial tuvieron un hermetismo religioso en el continente americano, forzado y enjuiciado por un orden judicial; el santo oficio o mejor conocido como la inquisición. Empero, estos sucesos dejaron en el espíritu mexicano rasgos muy acentuados, visibles en estados que son muy conservadores en nuestro país.
Otra característica heredada de España y de su dominio, fue el individualismo, aquel que pronuncia Ramos como la incapacidad colectiva, remontándose al auge del imperio español, el cual al desaparecer, dejó una incapacidad que se transmitió a los pueblos hispánicos. A su vez, la tarea española al conquistar el continente, fue una travesía del individualismo, de manera similar en como España, jamás tuvo presente formar unidades nacionales. Característica que recayó en la independencia, la cual fue una emancipación de “España a la española” o sea, individual.
También Ramos destaca al mestizaje como factor importante para definir el carácter individual del hombre, no sólo en México sino en toda Hispanoamérica, ya que citando nuevamente las palabras de Alfonso Reyes, menciona que la pauta del desarrollo –el cual tenía como referente a Occidente europeo– nos acercaría a otras civilizaciones,“hemos sido <<convidados al banquete de la civilización cuando ya la mesa estaba servida>>”[9].
En cuanto a los indígenas, Ramos los califica como reacios al cambio, pasivos y con una voluntad inmutable, algo que los hace permanecer estáticos al paso del tiempo y al devenir, como una rigidez egipcia o momificada, la cual denomina como Egipticismo, ya que frente a la civilización que no puede asimilarlos, aparecen en ella como seres distintos que permanecen suspendidos y en oposición a la evolución universal.También los define como artesanos y no como artistas, porque al permanecer reacios al cambio también carecen de la habilidad creadora, y es por eso que comúnmente son propensos a repetir las formas heredadas tradicionalmente. Huelga decir que la inmutabilidad indígena; su ser estático al cambio e incapacidad creadora, se ha esparcido a todas partes de México y de sus hombres, lo nuevo –afirma Ramos– sólo llega a interesarnos cuando es de manera superficial al igual que la moda, y es por eso que los cambios reales en México jamás se han presentado y son meros “disfraces diversos que ocultan el mismo fondo espiritual”[10].
De esta manera, Samuel Ramos advierte que la tarea emprendida en el México independiente trató de borrar el pasado para instaurar en el siglo XIX ideales de libertad, sin saber que el pasado jamás puede erradicarse, ya que existe una voluntad biológica superior que lo perpetua en el presente. Asimismo la incapacidad que tiene México para ejercer plenamente la libertad proviene directamente de un pesar colonial, en el que se devela a cada instante el sentimiento de inferioridad. Aquel sentimiento que para Ramos, Hegel otorgó a países del continente americano a nivel histórico, y que se devela precisamente cuando se tienen que encontrar niveles de exaltación individual o colectiva, como aquel mito –creado por Humboldt– en donde se habla que México es “la nación más rica del mundo”, y que en contraste, oculta la verdadera miseria del país, al igual del fracaso que representó el siglo XIX para la historia mexicana cegada por instaurar, a tabula rasa –y en gran parte por la ambición de las élites que detentaban el poder– un sistema político moderno, dejando a un lado el conflicto racial, la ignorancia colectiva, la indiferencia del indígena, entre otros pesares más.
Cabe señalar que Samuel Ramos ve en esta problemática la manera en que se cae en el mimetismo, como aquel afrancesamiento del siglo XIX, en donde el espíritu revolucionario francés fue fuertemente asimilado por los jóvenes ilustres mexicanos que buscaban cimentar los ideales libertarios echando a un lado la situación nacional. A esto, Ramos menciona que es una característica latinoamericana, ya que la herencia romana (latina) y católica, permitió unir y encontrar en el espíritu francés un referente. Por eso mismo, no es extraño encontrar que las personas más admiradas durante aquella época, fueran tanto sacerdotes –aquellos que formaran de un inicio la base ilustre del país–, como abogados –hombres poseedores de la legalidad–.
Samuel Ramos retoma el psicoanálisis de Adler para aproximarse al sentimiento de inferioridad mexicano. Empero, hace una advertencia sobre la dura crítica que emana de dicho estudio, al confrontarnos con nosotros mismos:
<<¿Qué dosis de verdad puede soportar el hombre?>>. Esta interrogación de Nietzsche viene a nuestra mente al terminar estas notas, y nos mueve a prevenir al lector sobre el contenido del presente capítulo, que es una exposición cruda, pero desapasionada, de lo que a nuestro parecer constituye la psicología mexicana […]. No es muy halagador sentirse en posesión de un carácter como el que se pinta más adelante, pero es un alivio saber que se puede cambiarlo como se cambia de traje, pues ese carácter es prestado, y lo llevamos como un disfraz para disimular nuestro ser auténtico, del cual, a mi juicio no tenemos por qué avergonzarnos […][11].
De la misma forma aclara que, el desarrollo que ha tenido nuestro país procedente de la conquista o el mestizaje, ocasiona que nuestra nación al ser joven frente a Occidente, al igual que un niño frente a un adulto, ha hecho nacer en ella el sentimiento de inferioridad. Sentimiento que puede ofender a muchos lectores –asume–, pero que al despertar la irritación obtiene validez su tesis. Sin embargo, aclara que el conocerse uno mismo es el primer paso para poder cambiar, a pesar de que la crítica no sea bien asimilada. Ramos señala que:
Somos los primeros en creer que ciertos planos del alma humana deben quedar inéditos cuando no se gana nada con exhibirlos a la luz del día. Pero en el caso mexicano, pensamos que le es perjudicial ignorar su carácter cuando éste le es contrario a su destino, y la única manera de cambiarlo es precisamente darse cuenta de él […]. Los hombres no acostumbrados a la crítica creen que todo lo que no es elogio va en contra de ellos, cuando muchas veces elogiarlos es la manera más segura de ir en contra de ellos, de causarles daño[12].
De esta manera, puedo señalar que Samuel Ramos genera un catálogo de personajes que podemos encontrar comúnmente, y que los describe de manera psicoanalítica para comprender las particularidades que caracterizan al mexicano. Ya que, retomando a Platón señala que el Estado es la imagen agrandada del individuo, de la misma manera en que se puede ver el reflejo de la vida privada en la pública del mexicano.
Los personajes que enumera son: El pelado mexicano. Personaje singular y pintoresco que se ha reproducido por doquier, el cual representa sin lugar a dudas al carácter nacional. “Es un individuo que lleva el alma al descubierto, sin que nada esconda en sus más íntimos resortes”[13]. Poseedor de impulsos que otros tratan de ocultar, considerado como un desecho social, inferior a un proletario y primitivo intelectualmente. Altamente violento y explosivo, tal vez porque la vida nunca le ha sido fácil, al contrario le es hostil y le duele, al punto de tener resentimiento por todo, cosa que lo hace estallar y reñir tras el mínimo roce o detalle. Se afirma a sí mismo mediante la agresividad y las groserías, menciona Ramos que “ha creado un dialecto” popular en el cual, da un sentido nuevo a todo –exaltando principalmente el aspecto sexual–, como el albur.
Aparenta siempre ser un “macho dominante”; valiente y feroz para asustar a los demás, a pesar de que realmente sea lo contrario. Un cero a la izquierda, o “un don nadie”. De esta forma sus “reacciones son un desquite ilusorio de su situación real en la vida”[14], al darse cuenta que su vida no vale nada.
El <<pelado>> busca la riña como un excitante para elevar el tono de su <<yo>> deprimido. Necesita un punto de apoyo para recobrar la fe en sí mismo, pero como está desprovisto de todo valor real, tiene que suplirlo con uno ficticio[15].
Algo que muchas veces encontramos en personas que mienten o que inventan sucesos fantasiosos para exaltar su persona; como la falsedad de experimentar grandes travesías o poseer excelsas virtudes que no se tienen. De esta manera la exaltación viril en el pelado; grosera y vulgar, se encuentra comúnmente en el lenguaje cotidiano, expuesta en el significado que muchas frases populares pueden encerrar, ya que, al encontrarse desgraciado busca toda clase de potencia humana haciendo referencia alfalo o los testículos, coreando que “tiene muchos huevos”. O también en otra de sus frases, busca afirmar su superioridad y dominio sobre los demás diciendo: “yo soy tu padre”, ya que tradicionalmente el patriarcado “es para todo hombre el símbolo de poder”, encarnando vivamente al “macho mexicano”[16].
Asimismo, Ramos desenmascara a la imagen bravía del pelado mexicano, ya que toda esa valentía y ferocidad que emana hacia los demás, no es más que una ruin mentira o cortina de humo generada por el temor de ser descubierto; como un ser desconfiado y temeroso, ya que debido a esto, ve en cualquier persona a un enemigo próximo. De igual manera, Ramos nos otorga una descripción psicológica del pelado mexicano, en donde asevera su desconfianza, inferioridad, violencia, rechazo de la realidad o distorsión de ella, su capacidad para crear fantasías, su búsqueda del valor humano, al igual que la capacidad nacionalista del personaje que es en dónde encuentra una hombría y valentía, factores que se ejemplifican a la perfección con aquel 15 de septiembre lleno de gritos y expresiones infladas de palabras bárbaras.
El segundo personaje que describe Ramos es: El mexicano de la ciudad. Dicho personaje tiene también como carácter una desconfianza perpetua, no cree en dios, ni en la religión, ni en la política y al parecer en nada, vive al día haciendo a un lado el porvenir aunque también viva para mañana, pero nunca para después, tal vez ha heredado parte del papel pasivo del indígena, cosa que lo hace desprenderse en el tiempo, viviendo azarosamente; a la buena de Dios o a la “Dios dirá”. “Así, la vida está a merced de los vientos que soplan, caminando a la deriva”[17].
Dicha desconfianza de la que se hace tan singular, emana en primera instancia del sentimiento de inferioridad, ya que al desconfiar de sí mismo y de los demás, automáticamente su psique recurre a la ilusión para proteger su yo, porque habitualmente posee un malestar interno que lo hace ser susceptible, nervioso, malhumorado, iracundo hasta estallar en violencia. “El mexicano es pasional, agresivo y guerrero por debilidad; es decir, porque carece de una voluntad que controle sus movimientos”[18]. Más allá de voluntad, aseguro que carece de autocontrol debido al caótico conflicto interior con el que vive, debido a esto busca ser lo que no es, y vive tras la imagen que él mismo inventó ser.
Cabe señalar que, Samuel Ramos asegura que dicho sentimiento, también existe en los mexicanos inteligentes, cultivados e ilustres, los cuales entran en la tercera descripción que da, y es la de: El burgués mexicano.
“En el fondo, el mexicano burgués no difiere del mexicano proletario, salvó que, en este último, el sentimiento de menor valía se halla exaltado por la concurrencia de dos factores: la nacionalidad y la posición social”[19]. Aclara Samuel Ramos que sus características no provienen de una inferioridad social o económica, y mucho menos de menor valía, sino del simple hecho de ser mexicano. Contrasta con la violencia y vulgaridad del pelado mexicano, ya que desprende una finura exagerada traducida en esnobismo. Sin embargo al llegar al enojo o iracundia, pierde el control de sí mismo utilizando el lenguaje del pueblo bajo. “<<¡Pareces un pelado!>>, es el reproche que se hace a este hombre iracundo”[20].
Menciona Ramos que la diferencia entre el pelado y el burgués, radica en que el primero expone su psicología vivencialmente, en cuánto al segundo, disimula por completo sus sentimientos de menor valía. El burgués mexicano posee una capacidad intelectual superior, la cual lo hace superar la acción de ocultamiento del sentimiento de inferioridad. Algo que posteriormente imposibilita el identificar su yo verdadero. Esto quiere decir que, el burgués mexicano vive también aparentando ser otro, y ese otro (el ficticio), lo alimenta a través del reconocimiento social, ya que crea psicológicamente trampas a la vida y a los problemas que ésta le presenta. Se puede decir que el burgués, vive en invenciones que lo hacen también no carecer de lógica, pero si de percatarse que vive en una mentira, tanto personal como social o política.“El mexicano vive en una mentira, porque hay fuerzas inconscientes que lo han empujado a ello, y tal vez, si se diera cuenta del engaño, dejaría de vivir así”[21]. Es un hombre falso, un invento de sí mismo, de aquello que quiere ser y que no es. Es un hombre negado de existencia porque vive de autoengaño, y afirmo, mediocre porque al asumir ser aquella ilusión creada por su psiquis, no busca mejorar su situación ni mental ni social, es pues, un hombre negado al cambio. Es un imitador por excelencia, cree ser moderno o europeo, a pesar que sea el mismo que hace cien años –menciona Ramos–, se jacta de vivir en la “sociedad modernizada” a pesar de poseer la inmutabilidad del indígena, aquella inmutabilidad egipcia.
Es altamente sensible a la crítica, por eso se adelanta señalando ver en el otro a un ser malvado. Incapacitado a la autocrítica, ve a todos inferiores frente a su imagen, es capaz de desdeñar al prójimo con una capacidad de maldad antropófaga –señala Ramos–, no conoce la lealtad ni la disciplina, hereda el culto de ego al igual que los aztecas; siendo hermético e individualista.
Samuel Ramos menciona que, después de describir a los personajes que conforman el carácter mexicano, la autocrítica y el autoconocimiento, pueden ser primordiales para expulsar a los fantasmas que se alojan en el mexicano.
[…] Para ello es indispensable que cada uno practique con honradez y valentía el consejo socrático de <<conócete a ti mismo>> […]. Cuando el hombre así preparado descubra lo que es, el resto de la tarea se hará por sí solo. Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día[22].
El peligro que encuentra Ramos en el mexicano, es aquella cualidad de superponer imágenes falsas, no solamente de su persona a la realidad, sino a ésta misma que la disfraza como una falsa ilusión, ya que él señala que, el mexicano ha tratado de ir en contra del destino y al no poder hacerlo realmente crea ilusiones para desvirtuar la realidad. Así, se ha creado una falsa cultura, un falso sistema político, cimentado en elmimetismo. Se ha tomado siempre como referente al europeo, sin embargo, a pesar de poseer esa misma sangre, somos diferentes porque estamos en América. Ramos advierte que se tiene que hacer a un lado al eurocentrismo que particularmente se encuentra en una clase reducida, la cual “pinta y decora las ciudades”, para poder así encontrar al verdadero “núcleo de la vida mexicana, constituido especialmente por la clase media mexicana, cuya existencia total se desenvuelve conforme a tipos de vida europea”[23].
A esta descripción Ramos le otorga el calificativo de cultura criolla. La cual, ha podido conciliar lo mexicano con lo europeo para dar origen a un grupo social reducido, el cual tiene como base o fundamento a la religión. Esa misma herencia que provino con los conquistadores españoles, y su afán de evangelizar. Debido a esto es que en el centro de las grandes ciudades se encuentren obras majestuosas con el nombre de catedrales, parroquias, iglesias, entre más, y son la expresión del origen de la cultura criolla. Tal fue la influencia de la iglesia en esta cultura que, transformó al mexicano a través del arte barroco, de la buena educación procedente de los seminarios, por eso no es raro encontrar durante la colonia a personajes poseedores de la moral social como lo son los curas o sacerdotes, que a veces no descomulgaban con las ideas modernas que misteriosamente aparecían en sus enseñanzas a pesar de ser censuradas, y es por eso que los primeros caudillos en encabezar la guerra de independencia –a diferencia de muchos países en Latinoamérica– fueron sacerdotes.
Empero, Ramos afirma que la decadencia religiosa llegó después de las leyes de reforma encabezadas por políticos y no por intelectuales, los cuales se preocuparon más por desaparecer el poder religioso a través del laicismo que por preservar la gran herencia de la enseñanza que la religión había proporcionado. A esto, el positivismo traído durante el porfiriato trató de llenar el vacío que la educación religiosa había dejado, tratando de transformar la sensible mente del país, a través de una cientificidad antirreligiosa, moderna y liberal. Sin embargo, Ramos encuentra que la religión le dejó una gran unidad, o posiblemente una identidad a los países latinoamericanos, asemejando aquel sueño de Bolívar con la nación panamericana.
La cientificidad positivista dejó un cambio moral en la cultura criolla. Dicha moral fue la característica principal de la burguesía que dominó y explotó a la sociedad durante el régimen de Porfirio Díaz. A su vez Ramos exalta la tarea que dejó Justo Sierra y también el Ateneo de la Juventud en 1908, la cual fue ir contra corriente de la modernización mimetista y afrancesada del positivismo a través del fomento cultural, con personajes como Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, entre los más destacados. Dicho legado se vio reflejado en el pilar máximo de la obra ateniense, la cual fue encabezada por Vasconcelos en el legado del rescate espiritual del ser humano en la universidad Nacional –Por mi raza hablará el Espíritu–, al que hace referencia Samuel Ramos diciendo que a pesar del legado vasconcelista en La Raza Cósmica –el cual lejos de ser una predicción se convirtió en la búsqueda de algunos mexicanos por la superioridad–. Así, Ramos apuesta, como muchos, a que la educación llegue a todos los individuos para que los males puedan transformarse y hacer honor, y justicia, al legado de aquellos grandes personajes que son, y siguen siendo el alma de la nación.
Samuel Ramos advierte que después del estallido de la revolución en 1910, sumado a la herencia positivista, se buscó seguir con la idea eurocentrista, se retomó el tema de nacionalismo proveniente de Occidente para tratar de fundar una nueva sociedad sin embargo, auguró a la perfección el destino trágico que esto traería al país, a la par de ver cómo la industrialización y modernización social consumían al propio hombre, hasta llegar al punto de aumentar sus males, continuando con la imitación que simplemente dejó fracasos para así, dejar a un lado la educación como principal motor de cambio. A esto mismo le nombró: el abandono de la cultura en México.
“El error del mimetismo europeo proviene quizá de un concepto erróneo de la cultura que, por idealizarla demasiado, la separa de la vida como si no fuera indispensable el calor y la fuerza vital para sostener el espíritu”[24]. Por el significado de la cultura, Samuel Ramos expresa que es aquella que debe conciliarse con la europea, y si no desecharla, aprender de ella sin imitarla. Él tiene esperanza en que la cultura mexicana logrará conciliar todos los males que siempre nos han arremetido. Es por eso que al conocernos, podemos hacer un buen examen de conciencia y partir hacia la nueva búsqueda.
“Los mexicanos no han vivido espontáneamente, no han tenido una historia sincera”[25].El pasado no ha sido ameno o fácil, pero debe existir la capacidad necesaria para generar un comienzo, un futuro, una cultura mexicana, la cual Ramos afirma ser la cultura universal hecha nuestra.
En cuanto al individuo, o mejor dicho el hombre, el cual es el centro de la cultura, debe ser rescatado por la intelectualidad que existe en el país. Aquellos que se han preocupado por desentrañar las características más profundas, inconscientes y carentes del ser mexicano, sin caer en determinismo racionales, ya que el hombre mexicano ha forjado un carácter discontinuamente. Porque el problema es formar al hombre y liberarlo de sus cadenas.
Ramos acierta en señalar que, el mexicano debe desencadenarse de los complejos que le genera el afán de compararse histórica e inconscientemente con el europeo, lo moderno o lo que está de moda. De esta manera, los disfraces desaparecerán para dar partida al ser auténtico. “Comenzará entonces una segunda independencia, tal vez más trascendente que la primera, porque dejará al espíritu en libertad para la conquista de su destino”[26].
Si no se tiene la capacidad de mirar al pasado, autoevaluarse, conocerse, comprender a la cultura y a su historia, es imposible tener un mejor futuro. Ramos al igual que muchos intelectuales que ha dado nuestro país, apuesta por la educación, el humanismo y el fomento cultural para revertir los pesares que históricamente han sometido al ser mexicano.
“Así es como, según Goethe, el hombre es víctima de los fantasmas que él mismo ha creado”[27]. De igual manera, Samuel Ramos enuncia que, el sentimiento de inferioridadaparece en todas las culturas o nacionalidades, y no simplemente es una anormalidad psíquica del mexicano. Aclara que los momentos primordiales en la formación del ser humano, se encuentran tanto en la familia como en la escuela, y posteriormente se complementan con los sucesos de la vida. En México el sentimiento de inferioridadaparece como una deficiencia colectiva, pero afirma, que éste sentimiento tiene una relación directa con los problemas de la educación mexicana.
Hace falta aceptar que dicho sentimiento genera en el ser mexicano una incapacidad colectiva, ya que la inferioridad siempre llevará al individualismo, la dispersión y la anarquía. Ramos sabe que esto es uno de los mayores pesares que consumen a la vida pública mexicana, y puedo asegurar que, es el talón de Aquiles de la vida política nacional que se encuentra guiada por un grupo reducido que se da abasto de las desventajas sociales.
La tarea consiste también en el papel que desempeñan los maestros para contrarrestar todo lo que el sentimiento de inferioridad ocasiona en las personas. Porque en palabras de Ramos, a través de la buena enseñanza los maestros siempre fungen como curas de almas, y acierto en destacar que él fue alumno de los grandes titanes del legado ateniense.
Ramos define al mexicano como pasional, pero advierte que esa pasión debe justificarse y no ser completamente irracional porque así, conlleva al caos. De la misma manera asegura que, en el México que él vive, el papel de los jóvenes desempeña un lugar importante en diversos ámbitos, aclara que muchas veces la juventud es poseedora de desventajas pero también de virtudes que la vitalidad le otorga. “Todo el mundo sabe que el joven es, a causa de ese ímpetu vital, y tal vez por una cierta inconsciencia, un posible héroe. Observamos que, por lo regular, el joven ha sido en la guerra la carne de cañón”[28].
Otra de las virtudes que trata de rescatar Samuel Ramos, es la capacidad humana de pensar, apuntando que muchas veces encontramos que cierta parte de la sociedad se aleja de pensar, porque no se le ha enseñado a los individuos el valor que conlleva está majestuosa capacidad humana. Empero, Ramos apuesta en parte por la cientificidad, para contrarrestar la parte oscura que los impulsos e instintos humanos pueden generar, pero también es cuidadoso en mencionar que el abuso del racionalismo es reflejo de la inmadurez próxima a la utopía. Mas bien, se debe pensar como mexicano, reconociéndose uno mismo y no como extranjero, porque el imitar siempre ha traído desgracias.
Se debe dejar a un lado el nacionalismo y acercarse al pensamiento filosófico. Por esta razón, Ramos proporciona dos formas fundamentales como tareas encomendadas de nuestro pensamiento y son: “1. Cómo es realmente tal o cual aspecto de la existencia mexicana, y 2. Cómo debe ser, de acuerdo con sus posibilidades reales”[29].
De la misma forma en que Samuel Ramos describe los perfiles humanos del mexicano en la cultura, también hace hincapié en otro malestar que se puede encontrar en la vida diaria, y es: la pedantería, la cual aparece como una actitud característica de muchos profesores, literatos, escritores, artistas y muchos más. Es la máscara de aparente sabiduría o erudición que oculta y disimula. Es peculiar en personajes que desentonan e incomodan en todas partes, por su arduo afán de dar muestra de conocimiento, citando personajes ilustrados en momentos muy inoportunos, usa un lenguaje inoportuno y termina como inadaptado.
La pedantería magnífica la persona para afirmar su superioridad, posee un acento agresivo y despótico. “El pedante parece decir <<aquí yo soy el único que vale, ustedes son unos imbéciles>>”[30]. Empero, Samuel Ramos asegura que dicha actitud no engaña a nadie, a pesar de que el pedante asuma contraer admiración o reconocimiento, adquiere lo contrario. Suelen ser individualistas rabiosos, incapaces de percibir los valores de los demás, y por su fuerte individualismo poseen –señala Ramos–, “círculos de admiradores, ingenuos e ignorantes, que se dejan sorprender por sus palabras”[31].
Lo único que busca además de ser oído, reconocido y atendido mediante la aprobación y el aplauso de su entorno, para sugestionarse y recobrar su confianza. Es sin duda el reflejo vivo del sentimiento de inferioridad disfrazado de superioridad.
En suma, Samuel Ramos ha realizado una tarea ardua para desentrañar lo más profundo del ser mexicano, como él lo menciona, de forma ensayista y psicoanalítica. Sin embargo, a pesar de que en muchas ocasiones podemos encontrar que la autocrítica no es bien recibida en el país, es necesario asimilarnos frente a la problemática que viaja con el ser mexicano desde hace más de cien años.
Es necesario tener la humildad suficiente para reconocernos, para aceptar que elsentimiento de inferioridad es parte de aquellos fantasmas que se tienen que superar día a día, porque solamente seremos capaces de crear, de cambiar, de reinventar nuestras circunstancias a través, no de la mentira o el engaño, sino de la voluntad misma que se queda atrapada dentro de nosotros mismos, para poder así, construir en un futuro una verdadera cultura mexicana, sin imitaciones, sin limitantes, sin opresiones o abusos del poder político. Una verdadera cultura mexicana universal.
[…] si acaso será posible expulsar al fantasma que se aloja en el mexicano. Para ello es indispensable que cada uno practique con honradez y valentía el consejo socrático de <<conócete a ti mismo>> […]. Cuando el hombre así preparado descubra lo que es, el resto de la tarea se hará por sí solo. Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día[32].
Samuel Ramos.
*Trabajo de investigación actual en la maestría de ciencias políticas BUAP.
[1] Ramos, Samuel, (1993), El Perfil del Hombre y la Cultura en México, Editorial Planeta Mexicana, México, pp. 50-51.
[2] Ibíd., p. 20.
[3] Ibíd., p. 22.
[4] Ibíd., p. 23.
[5] Ibíd., p. 24.
[6] Ibíd., p. 25.
[7] Ibíd.
[8] Ibíd., p. 28.
[9] Ibíd., p. 33.
[10] Ibíd., p. 37.
[11] Ibíd., p.50.
[12] Ibíd., p. 51.
[13] Ibíd., p. 53.
[14] Ibíd., p. 54.
[15] Ibíd.
[16] Ibíd., p. 55.
[17] Ibíd., p. 59.
[18] Ibíd., p. 61
[19] Ibíd., p. 62.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd., p. 64.
[22] Ibíd., p. 65.
[23] Ibíd., p. 67.
[24] Ibíd., p. 90.
[25] Ibíd., p. 91.
[26] Ibíd., p. 101.
[27] Ibíd., p. 110.
[28] Ibíd., p. 124.
[29] Ibíd., p. 136.
[30] Ibíd., p. 138.
[31] Ibíd.
[32] Ibíd., p. 65.
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