En la novela de Tolkien, El señor de los anillos, el hobbit Frodo es un héroe renuente; Frodo no quiere asumir la tarea que le ha sido encomendada; Frodo preferiría quedarse en Shire y vivir en paz allí. En México muchos Frodos piensan así, actúan así, quieren desentenderse así. Prefieren criticar a quienes gobiernan en vez de involucrarse para hacerlo mejor; eligen la pasividad complaciente en lugar de la participación comprometida. Pero Frodo tiene la tarea de salvar a su país. Un hobbit insignificante destruye el anillo y un ciudadano mexicano puede hacerlo también. Como dice el mago Gandalf: “Todo lo que tenemos que decidir es qué hacer con el tiempo que nos ha sido dado”. Para México es tiempo de preguntar: ¿Y Frodo?[1]
Denise Dresser.
El cambio de siglo con sus diferentes matices, después de lo que representó la apertura del país a la globalización con el Tratado de Libre Comercio y la aparente carta de despedida del viejo nacionalismo –que emanó en su momento tras el Cardenato–, nos deja en tela de juicio la metamorfosis de la identidad nacional, así como del carácter y todo lo relacionado a la mexicanidad. Empero, como ya lo anunciaba Roger Bartra en la condición postmexicana, el nuevo siglo representa la etapa efímera para encontrar a un nuevo Ser mexicano, y de esta manera es preciso señalar si: ¿realmente la identidad que generó el viejo nacionalismo ha desaparecido?, ¿han surgido nuevos rasgos en la mexicanidad?
La obra de Denise Dresser, El país de uno, se presenta como un libro pretencioso desde su portada, en donde en vez de manifestar que el país sea nuestro –de los mexicanos–, ilustra ser la concepción mesiánica de una escritora que emprende la tarea de señalar todos los defectos que se encuentran en nuestro sistema político, y a su vez, no sólo enumerar los males que atañen al país, sino también emprende una tarea ardua por señalar a los diferentes responsables pertenecientes a la casta política y económica que ha dominado al país durante la segunda mitad del siglo XX hasta el presente.
Asimismo, entre un recuento de daños para recordar a cuenta gota la tragedia que invade hasta el presente a México, Dresser por instantes arremete ruinmente contra la sociedad, generalizando la catástrofe y haciéndola culpable, a pesar de caer en contradicciones severas, puesto que en ocasiones habla de una minoría que se encuentra tratando de transformar la desgracia nacional –de la que seguramente ella misma se considera perteneciente–.
De esta forma, no sólo abre su obra a través de una excelsa cantidad de datos, imágenes, nombres, culpables y desgracias, sino también asume que la sociedad en México asemeja ser el hobbit renuente de El señor de los anillos, el mismo personaje incapaz de todo; de hacer, de querer, de emprender, etc., pero encomendado a ser un héroe que a final de cuentas aparenta ser un personaje más de la historia.
No cabe duda, el gran impacto que generó la comparación que hizo en su momento Roger Bartra en La jaula de la melancolía; con aquel axolote místico y la mexicanidad, llegaría a invadir la mente de otros escritores con el intento de imitar la misma travesía, sin embargo, aunque Dresser intenta por momentos crear nuevos arquetipos mexicanos, muchas veces no sólo cae en retóricas de otros arquetipos ya existentes en el pasado, sino también en la ridiculez de comparar a la sociedad mexicana con personajes de ficción de diferentes novelas, como el Frodo antes señalado, o como también apuntó que México es igual al Macondo imaginario de Gabriel García Márquez –algo ya muy trillado–. Asimismo, manifiesta que Carlos Salinas de Gortari encabeza el arquetipo del mexicano ruin y despreciable, para culminar con el último clavo del ataúd con el que asesina toda esperanza social, pues ella misma dice que hemos pasado del Laberinto de la soledad al “laberinto de la conformidad”.
No obstante, el comparar la desgracia nacional con diversas novelas literarias, no quiere decir que el trabajo académico tienda a engalanarse, empero, lo atroz es caer en la ridiculez y barbaridad de ilustrar a las grandes mafias mexicanas con figuras cinematográficas como El padrino, o como otras más.
El libro de Dresser, es una fuerte dosis de pesimismo, y de la máxima expresión del nihilismo que hacía referencia Octavio Paz en su Laberinto, puesto que señala que el país se encuentra en estado de podredumbre, como enfermedad incurable. Desde los políticos, hasta sus aliados en las cúpulas económicas del país, como aquellos monopolistas que se sirven de la venta de candidatos mediante campañas de mercadotecnia, al fiel estilo coca cola y bimbo, como es el caso de Vicente Fox, o como también se adhiere a la obra, el fiel cómplice de la desgracia nacional: el capitalismo de cuates.
La política nacional del pasado y del presente ha sido siempre el sinónimo de podredumbre. El supuesto “libro que le abriría los ojos a los mexicanos”, como jacta Dresser, es un recuerdo de que la situación del país cada vez empeora, no es necesario recordar esto a cada instante, pero tal vez sí sea un producto que se venda como las mismas campañas presidenciales con su respaldo de mercadotecnia.
Dresser critica todo lo que encuentra a su paso, y también arremete en contra de la ciudadanía, no sólo asumiendo a todos como “ciudadanos idiotizados”, sino condenando a la sociedad, a nuestra cultura, a la incapacidad de vivir en democracia o el capitalismo, por el simple hecho de ser producto fabricado por la misma podredumbre que emana desde las más altas cúpulas de poder en el país.
Si bien nos pide como lectores que hablemos bien de las maravillas de México, por otro lado nos dice que denunciemos a cuenta gota toda la desgracia, económica, política y social del país. Esto no es una tarea de catarsis, o del hecho de solamente hablar de la pestilencia que mantiene en la tragedia al país desde la Independencia, la Revolución o lo que desembocó el 2010. La tarea es más complicada, en contraste al simple hecho de generar panoramas de desgracias y después venderlos, para llenarse de laudes y posicionarse como muchos escritores más con “el síndrome redentor”.
El mexicano actual no vive solamente de las desgracias, sino también es aquel que sale a las calles a lanzar consignas, a gritar descontentos, a denunciar la corrupción de la casta política. El espacio público ha sido un referente, y no sólo es el hecho de hablar de desgracias. El día en que se comprenda que la sociedad real es la que se encuentra manifestando sus desacuerdos en las calles, poniéndose en frente del Goliat (el gobierno), los escritores que reducen sus posiciones morales, a vender libros, salir en noticieros, vender conferencias, etc., quedaran –como quedan muchos– en la ridiculez y la falsedad.
*Trabajo de investigación actual en la maestría de ciencias políticas BUAP.
[1] Dresser, Denise, (2011), El país de uno reflexiones para entender y cambiar a México,Santillana, México, p.19.
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