domingo, 10 de abril de 2016

CUENTO: MÉXICO, MURIENDO BAJO TUS PAREDES.

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Era el crujir de un lápiz, y el tallar de hojas sobre la madera, la historia Comenzó cuando al borde de un abismo. A punto desalir de un laberinto interminable lleno de paredes de ladrillo que no dejaban de asomarse una tras otra con mi agonía al sentir que caía en un laberinto interminable.
Éramos tres , corriendo y abordando medios para poder salir del peligro. Huyendo…
Al final, tras la salida, acorralados sin miedo ya de acercarnos a la muerte sucedió algo inexplicable. Un hombre blanco aparecería después perdidas las esperanzas, o las pocas que quedaban, se dirigiría a mí, y pronunciaría mi nombre tras murmullo de urracas y un mar de preocupaciones.

Era la promesa de encontrarme con mi amada, era la firmeza que me encaminaba al olvido y la vuelta de un nuevo destino, era la advertencia de mi aproximación futura.
A lo lejos un sinnúmero de voces de clamaban mi presencia, ya nada me importaba sino el encuentro y mi alivio.
Me alejaba completamente del viejo recuerdo, caminaba por otro laberinto dibujado por paredes viejas cual vecindades coloniales. Todas de dos pisos con ventanas y balcones extravagantes que dejaban la privacidad en el ropero familiar.
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Al aproximarme, y continuar con los pasos de aquel hombre blanco los demonios y fantasmas se irían presentando uno a uno atemorizando mi cabalgata, pero ninguno de ellos fue capaz de flajelarme el alma, de limitarme o detenerme, la esperanza era mayor y el destino inexplicable.
Las palabras emergerían de la nada nuevamente pronunciando 9 veces mi nombre, advirtiendo mi siguiente parada, la desesperación. Eran las voces de fantasmas, continuadas por el desagrado del nuevo laberinto plagado de ventanas.
Al parar los pasos, colocado abajo de una estructura de dos pisos con ventanas grandes, la vería, en velo blanco y cabellos negros. Escondida, cautiva y silenciosa para no ser vista.
Mi atención se exaltaría y al girar la vista al lado izquierdo, una niña de pie, reconociendome a la par de un daguerrotipo, describiendo mis facciones y laureando mi presencia, agitaba nuevamente mi agonía.
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No tuve más remedio que entretenerla con cuentos de piratas, y canciones viejas de sirenas. Detrás de mi, se encontraban todos, esperando, y ayudándome. Como si la amenaza fuera a estallar de repente, como si aguardarán a mi próxima debacle.
Era la agonía que destilaba en mis entrañas el temor por encontrarla con el otro, olvidada y despojada de nuestras promesas y augurios.
Por el frente, al fondo de una ventana enorme, aparecería nuevamente ella, parada y dibujando a lápiz la estructura ósea de un humano, en algo bañado en sangre con colores grises y negros de una piel putrefacta que no terminaba de formarse, como una estructura arcaica simulando, como un viejo guerrero azteca. Ojos oscuros, rostro pintado y endemoniado.
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Era ella, la mujer que esperaba.
Mi desilusión enarbolaba mi tragedia, ya nadie importaba, ni ellos, ni el blanco, ni mi persecución y huida, ni la niña con sus cuentos de piratas y las voces de sirenas.
Ya no valía la pena la huida o la búsqueda por esconderme, ya ni importaba el tiempo pasajero, ni las paredes ladrilladas, sino la desesperación de que pronto terminara. De salir, de esperar a que la respiración terminara de brotar de mi interior y me asfixiara.
Me encontraba petrificado, encantado por la maldición de mis demonios, mis fantasmas.
Era ella con cabellos negros y piel rosada. Posada frente a flores blancas y floreros marrones semejando lapidas mortuorias.
Ella de pie dibujando a la muerte en compañía de todas las promesas. Un espectro abominable con piel bronceada y ensangrentada, con huesos brotando como negando a una vida pasada, pero sobreviviendo unida a una carne desgarrada.
Su nombre… Reternum.
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Las campanadas del atrio de una iglesia anunciaban mi deceso, eran las tres de la mañana. Se apagaría la luz y quedarían las velas de mi entierro.
Me miraría a través de ella, y con un suspiro desgarrador, despertaría, con el crujir de un lápiz y el tallar de las hojas sobre la madera. A punto desalir de un laberinto interminable lleno de paredesde ladrillo que no dejaban de asomarse una tras otra con mi agonía al sentir que dejaba de respirar para siempre.
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