[…] el cuerpo es símbolo de lo que no está en nuestro poder. Mas el alma, brava, se conserva. El estoicismo no es más que libertad de imaginación:–Soy esclavo, arrastro cadenas. ¡Mi espíritu vuela más allá de las nubes!–Puedes cortarme una mano. ¿Cómo impedirás que te desdeñe? –Puedes quemarme las plantas: me tienes a mí, pero no a mi tesoro[1].
Alfonso Reyes.
Jurista, embajador, ministro, poeta, ensayista, cuentista, novelista, dramaturgo y humanista, en fin, un personaje capaz de lograr todo lo posible en la intelectualidad del ser humano. Alfonso Reyes, nace en Monterrey el 17 de marzo de 1889 para dejar un legado con su partida el 27 de diciembre de 1959. Miembro distinguido del ateneo de la juventud en compañía de otros titanes de la filosofía mexicana como lo fueron Antonio Caso y José Vasconcelos, entre los más destacados, aquellos que emprendieron la tarea de contrarrestar la imposición positivista –como la generada por el grupo de los científicos de Porfirio Díaz–con el renacer del espíritu y del ser humano, a través de la filosofía griega, la literatura, el arte y la cultura. Reyes al igual que Caso y Vasconcelos, pueden considerarse como los estandartes principales del grandioso legado que dejó el ateneo de la juventud a comienzos del siglo XX.
Alfonso Reyes fue hijo de Bernardo Reyes; militar y gobernador de Nuevo León durante la dictadura porfirista y quien llegara al deceso el 9 de diciembre de 1913 a manos de la revolución maderista, cosa que a pesar de las malas adjudicaciones que se le pueden llegar a otorgar al filósofo regiomontano, no impidió que su gran formación académica despuntara tras los terribles sucesos que acontecieron en México –tras la guerra de revolución, los golpes de Estado, la guerra cristera, entre otros– y que ocasionaron su exilio del país por más de una ocasión a Occidente europeo y otras partes del mundo, lugares en donde surgieron sus obras más sobresalientes como El Suicida, Visión de Anáhuac, Pasado inmediato, La X en la frente, entre muchas más que pueden considerarse hoy, como una magnífica herencia a las letras mexicanas.
Durante la dictadura porfirista el malestar sobre la educación se hacía presente en Alfonso Reyes al igual que sus compañeros atenienses, el sesgo otorgado por el porfiriato se había afianzado en el dominio de personajes como los científicos que derivaban de la filosofía de Hebert Spencer, Comte etc. Sin embargo, Reyes señala que aquellos profesores positivistas tenían temor al postulado evolucionista de la historia, ya que a pesar de que México se encontraba madurando, la sucesión de hechos trascendentales para los pueblos eran un ideario alejado por completo a la situación nacional. El mismo Reyes aseguraba que el deterioro mexicano se debía a la perpetuidad del régimen de don Porfirio, afirmando que: “La dictadura como el tósigo, es recurso desesperado que, de perpetuarse, lo mismo envenena al que la ejerce que a los que la padecen”[2].
Empero, Reyes expresó su admiración hacia positivistas de gran talla como lo fueron: Gabino Barreda, Justo Sierra, Ezequiel Chávez, entre otros, a pesar de dar duras críticas hacia la educación emanada del régimen al cual pertenecían, al igual de acusar a aquella educación de haber perdido el humanismo. La enseñanza nacional, se encontraba en palabras de Reyes casi secuestrada, “la juventud perdía el sabor de las tradiciones, y sin quererlo se iba descastando insensiblemente. La imitación europea parecía más elegante que la investigación de las realidades más cercanas”[3].
El positivismo afianzaba las mismas riendas que predominaban para el progreso occidental a países como el nuestro, cosa que hacia resaltar los grandes atavíos que dificultaban la prosperidad del país. Cuenta Reyes que la época porfirista auguraba malos tiempos para la nación que se disfrazaba en República, cuenta también que la imagen del viejo dictador se había consolidado como un atlas en donde recaía todo el peso del país. Todo aquel que apoyaba al viejo régimen se encontraba destinado a un final trágico, al igual que todo aquel que durante la revolución buscaba perpetuarse en el vacío de poder que había quedado tras el exilio de Díaz.
Bien acertó Alfonso Reyes al pronunciar la desgracia que contrajo el positivismo como régimen político –comparado con el positivismo ilustre sudamericano, el cual tuvo representantes de la embajada mexicana a personajes como José Vasconcelos y Antonio Caso–, también acertó al denunciar los excesos que éste ocasionaba en la sociedad, ya que existía un desconocimiento cultural, una represión educativa, un gobierno quimérico al borde del caos, así como la pérdida del espíritu humano, Reyes aseguró: “Cuando la sociedad pierde su confianza en la cultura, retrocede hacia la barbarie con la velocidad de la luz”[4].
De esta manera, y al igual que sus compañeros atenienses, Alfonso Reyes llegó a transitar de la gloria porfirista hasta el deceso de la dictadura con el estallido de la Revolución Mexicana, y con esto, la suma de muchas esperanzas que acompañaron a muchos con el espejismo democrático que representó Madero, en un país donde el humanismo se encontraba perdido y donde el ser mexicano al encontrarse de frente con la opresión, comenzó a vivir de nueva cuenta sucesos caóticos que no culminarían en lo esperado; con el golpe de Estado que tiempo después Victoriano Huerta encabezaría y que cobraría las vidas de los personajes principales del movimiento democrático. A esto, Alfonso Reyes expresó lo siguiente:
[…] Porque es cierto que la revolución mexicana brotó de un impulso mucho más que de una idea. No fue planeada. No es la aplicación de un cuadro de principios, sino de un crecimiento natural. Los programas previos quedan ahogados en su torrente y nunca pudieron gobernarla […]. No fue preparada por enciclopedistas o filósofos, más o menos conscientes de las consecuencias de sus doctrinas, como la Revolución Francesa. No fue organizada por los dialécticos de la revolución social, como la Revolución Rusa en torno a las mesas de “La Rotonde”, ese café de París que era encrucijada de las naciones. Ni siquiera había sido esbozada con la lucidez de nuestra Reforma Liberal, ni, como aquella, traía su código defendido por una cohorte de plumas y espadas […][5].
Sin embargo, a pesar de toda la tragedia que desembocaría la guerra de revolución, la tarea de Reyes, al igual que la de muchos pensadores como los atenienses y sus herederos, se encaminaría no solamente a denunciar las atrocidades que irían surgiendo en el país a comienzos de siglo, sino también a rescatar al principal protagonista de aquella anomia social desatada desde la rebelión contra el viejo dictador; la opresión y las desigualdades que aún seguían acentuadas con la partida de Madero y el surgimiento de un nuevo régimen autoritario, encarnado en instituciones modernas. Aquel protagonista no es nadie más que el propio mexicano, el ser mexicanoal que Alfonso Reyes dio una gran dosis de esperanza a través del humanismo.
Hemos visto con anterioridad que a través del positivismo, el mexicano, el ser mexicanoha sido y es, un sinnúmero de arquetipos casi infinitos e indescifrables, al cual se le han otorgado una gran cantidad de adjudicaciones negativas, gracias al fracaso que contrajo la dificultad de asumir el progreso occidental europeo como el descrito por Ezequiel Chávez o Julio Guerrero.
Empero, Alfonso Reyes, consciente de la imposición del ser que exigía el positivismo y posteriormente el régimen nacido de la trágica revolución, rescató virtudes humanas que muy pocos habían sido capaces de vislumbrar en el mexicano, ya que éstas irradiaban una luz tenue de la no existencia, o sea, de aquello que el mexicano se negaba a ser, aquello que para las exigencias europeas o norteamericanas representó, y representa, un peligro latente ante sus intereses.
Reyes rescató una capacidad distinta que hacía especial al mexicano; traducida en rebeldía o resistencia, frente a la imposición y opresión de la cual había sido condenado. Una capacidad de negación y de existencia; a la vez creadora y esperanzada, a la vez estoica y libertaria. Asimismo, Alfonso Reyes pronunció que el ser mexicano es el principal constructor de su destino de manera paralela en que la historia ha sido trazada por diversas injusticias, enunciando que:
Siempre hemos tenido la sospecha de que las fuerzas de la existencia no son más que la parte objetiva y menos importante del hombre. Acaso las fuerzas de la no existencia sean su razón de ser. En otras palabras: lo que hay en el hombre de actual, de presente y aún de pasado, nada vale a lo que hay en él de promesa, de porvenir. “Lo que aún no existe” ha tenido un hijo: se llama el hombre. El hombre existe para que pueda existir lo que aún no existe […] No había de faltar filósofo que nos apoyase si asegurásemos que el mundo sólo se renueva por el hombre; que la “evolución creadora” parte de las invenciones de nuestra mente […][6].
Alfonso Reyes señala que el hombre ante la opresión –ya sea moral o esclavista– se encuentra poseedor de una voluntad capaz de generar un sentimiento libertario trascendental. Aquel sentimiento que palpita en el interior del mexicano a pesar de estar imposibilitado de la acción, aquel sentimiento que se conserva en el espíritu, un estoicismo; como un acto de rebeldía, del cual emanan grandes destellos de libertad que se ilustran a la perfección en aquella conquista de la libertad que Reyes pronunció con grandes laudes:
[…] el cuerpo es símbolo de lo que no está en nuestro poder. Mas el alma, brava, se conserva. El estoicismo no es más que libertad de imaginación:–Soy esclavo, arrastro cadenas. ¡Mi espíritu vuela más allá de las nubes!–Puedes cortarme una mano. ¿Cómo impedirás que te desdeñe? –Puedes quemarme las plantas: me tienes a mí, pero no a mi tesoro[7].
Cabe señalar que, el estoicismo que describe Reyes, rompe simbólicamente con las características que atribuía el positivismo, aquellas descritas por Ezequiel Chávez, donde imposibilitaba o variaba la excitación de la sensibilidad, tanto de criollos, mestizos o indígenas. Sin embargo, para Alfonso Reyes el estoicismo “es una alternativa, una opción, una forma de afrontar la vida que puede asumirse o rechazarse”[8].
Se ha manifestado de distintas formas y procedencias –parte indígena, parte española–, y se ha fundido con el mestizaje para dar respuesta y origen al nuevo ser mexicano. Un ser capacitado para vivir haciendo frente a las vicisitudes de la vida. Rebelde, y libertario. Un ser que ha sido negado decimonónicamente, pero que muestra la alianza de dos culturas que dieron origen a un nuevo hombre. Un nuevo personaje que es, a su forma, tal vez como una negación sui generis a la génesis de una herencia acribillada.
Si Ezequiel Chávez acusaba al indígena de ser el talón de Aquiles del progreso nacional, Alfonso Reyes lo rescataba “porque no se puede negar que es el indio aquél a quien en primer lugar se asigna la virtud de la resistencia digna y la entereza ante la adversidad”[9].Característica peculiar que puede encontrarse genealógicamente por el tránsito del tiempo o de la historia; desde el México prehispánico, hasta el sometimiento y opresión que el sistema de castas dejó en el inconsciente de la nación. “Esta imagen hace del indio/bárbaro el portador de una dignidad moral propia degradada por el europeo que se mide por la proximidad del primero a la naturaleza”.[10]
Debo excusar mi adelanto, pero es necesario pronunciar una diferenciación que nos pueda ayudar a comprender el significado de lo estoico, desde otros puntos de vista que viajan desde lo nacional hacia el mundo hispánico, y que son sin duda alguna, la espina dorsal para comprender la magnitud de la característica que hace del ser mexicano, excepcional:
Como abandonado en la abnegación, en la inexpresividad y en la soledad; pero también como la zona de libertad, de resistencia y de virtud, el estoicismo aparece también en las plumas de Octavio Paz, María Zambrano y Alfonso Reyes; si en el primero lo estoico detona el emblema del mexicano, su permanencia en la soledad y en el estancamiento; y en la segunda es parte constitutiva de la hispanidad que se expresa más comúnmente en forma de insolidaridad con el mundo y de aislamiento; en el tercero el estoicismo cobra un perfil más positivo, no sólo como sumisión ante la contundencia de la realidad, sino como forma de vivir la fugaz libertad humana, como rebeldía interior que intenta no mancillar la virtud con la barbarie del mundo[11].
Al igual que la afirmación de Reyes, el mexicano no queda en la postura siempre desdeñada del asumirse en el derrotero de la vida. Existe en aquel ser, aparentemente inmóvil, la esperanza ciega de la arquitectura de un mejor mañana. Como se ha visto a lo largo de la historia mexicana, desde aquellos pueblos ingenuos colonizados por la espada española, una esperanza depositada en el futuro, suele ser las riendas imaginarias que conducen la vida de muchos mexicanos frente a aquellas anomias de la misma historia –tanto independencia, como revolución o cristiada–, “si el hombre quiere la renovación, es porque no le satisface lo actual; es porque en el fondo, protesta, sonríe. Su arma es la libertad. Y la libertad es lo que no existe, es el otro mundo, de donde el hombre quisiera atraer virtudes a la tierra”[12].
El tránsito del estoicismo a la libertad conlleva a la esperanza. Principales factores que se han sumado a nuestro pueblo permanentemente por la búsqueda de un mejor porvenir, a pesar de que éste nos otorgue un paradero trágico a manos de quienes no han sabido aprovechar las virtudes mexicanas, “si el estoicismo funda nuestra singularidad como nación […], los mexicanos afrontamos la vida como adversidad pero también como libertad, o mejor, como deseó callado de ser libres […]”[13]. Porque para el ser humano, lo más importante y valioso, es el hecho de ser libre.
Alfonso Reyes aclara:
No es la sumisión, la aceptación pasiva, sino la colaboración con el mundo –secreto de la victoria–. Se logra (si cabe en esto la educación personal) por una voluntad de astucia perenemente renovadora, por una actitud ágil y eléctrica, que acecha la ida y, en cuanto brota, la transmuta un nervio y un chispazo […][14].
Puedo asegurar que aquello se transforma en una magnífica cualidad capaz, no sólo de soportar las adversidades, sino como él asegura, para afrontarlas haciéndose cómplice del destino y del caminar del mundo, porque en esencia el hombre es capaz de reescribir su propia historia, a partir de una chispa interna, porque el estoicismo se traduce en el no ser. En aquello que ha dado el surgimiento de grandes escritores, novelistas, ensayistas, poetas y cuentistas. El hombre es en esencia: creación; a través de una sonrisa que hace contrarrestar la dura realidad. “El hombre, por su parte, algo tiene de creador, y ello es el anhelo de crear”[15].
En suma, Alfonso Reyes otorgó como uno de los grandes titanes de la filosofía mexicana, una nueva perspectiva para desentrañar los enigmas que esconde el mexicano del siglo XX. Desde la rebeldía a la esperanza, desde el estoicismo a la libertad, de lo humano a la posibilidad creadora, frente a la opresión y a la desgracia que otorga el gran conflicto que dejó el porfirismo, y que abrazó la revolución. Él con el humanismo y al igual que los ateneístas descubrió al hombre que nos habita,
[…] el hombre, anhelando liberarse, se está sin cesar emancipando; y, para volver a la fase de que partimos, está tendiendo incesantemente a la no existencia; sí, mas para extraer de allí existencias nuevas. Está desapareciendo sin cesar, mas para realizar su vida cada vez de otro modo[16].Es el nuevo comienzo. El estoicismo libertario.Un mínimo de verdad: cinismo;un máximo de decencia: estoicismo.Con eso basta.
Alfonso Reyes[17].
(trabajo realizado para la investigación de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla).
[1] Reyes, Alfonso, (1995), La conquista de la Libertaden El suicida en Obras Completas, vol. III, Fondo de Cultura Económica, México, p.251.
[2] Reyes, Alfonso, (1997), Pasado Inmediato en Obras Completas, vol. XII, México, Fondo de Cultura Económica, México, p. 183.
[3] Ibíd., p.193.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd., 185.
[6] Óp., Cit., Reyes, Alfonso, (1995), El suicida en Obras Completas, p. 240.
[7] Ibíd., La conquista de la Libertad en El suicida, p.251.
[8] Cansino, César, (2012), El excepcionalismo mexicano, Océano, México, p. 26.
[9] Campos Doranca, Javier, (1999), Estoicismo, virtud política y mexicanidad, Una reflexión desde el pensamiento de Octavio Paz y Alfonso Reyes, Metapolítica, vol. 3, numero 12, p. 613.
[10] Ibíd.
[11] Ibíd., pp. 611-612
[12] Óp., Cit., Reyes, Alfonso, (1995), Los desaparecidos en El suicida, p. 248.
[13] Óp., Cit., Cansino, César, (2012), p. 26.
[14] Óp., Cit., Reyes, Alfonso, (1995), Los desaparecidos en El suicida, p. 252.
[15] Ibíd., La sonrisa en El suicida, p. 238.
[16] Ibíd., La sonrisa en El suicida, p. 242.
[17] Óp., Cit., Campos Doranca, Javier, (1999), p. 616.
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