“Lucha de un alma contra un cuerpo. Y, lo que es más grave, de un alma sin cuerpo, porque no se concilia el uno con el otro”[1].
Leopoldo Zea.
El Mundial pasado en Brasil además de dejarnos contradictorios sabores de boca como mexicanos al ver a nuestra selección desempeñar un papel completamente digno de orgullo, a pesar de que los viejos atavismos y fantasmas de nuestra cultura se manifestaran en el último partido de octavos de final frente a la selección holandesa, muchas cosas quedaron para la reflexión.
La mexicanidad ha sido un tema de reflexión y debate desde los comienzos del siglo pasado, empero, en éste recuento que realizo no es mi labor dar significación de conceptos o definiciones de la mexicanidad o lo mexicano, pero sí aproximarme al por qué de nuestra continua desgracia deportiva.
La Selección Mexicana, o mejor dicho, Nuestra Selección venía de un proceso de eliminatoria mundialista años atrás completamente desastroso, la cumbre de la debacle, puedo considerar, fue también la Copa FIFA Confederaciones del 2013, mostrándonos que ni el cuerpo técnico, ni los jugadores daban indicios de prosperidad. Tiempo después, los malos resultados se fueron sumando uno tras otro hasta detonar en el cese tardío de José Manuel “Chapo” de la Torre el 7 de Septiembre del 2013.
Sin embargo, tras un momento trágico y a punto de quedar fuera del Mundial, el despido cínico de Luis Fernando Tena y Víctor Manuel Vucetich, se vería opacado con la llegada de un personaje singular –que bien encarna mucho de la cultura mexicana– el 18 de Octubre del 2013, Miguel “El Piojo” Herrera, proveniente de dos torneos de liga exitosos con las Águilas del América.
Y bien, puedo detenerme un poco aquí para considerar que la llegada de Herrera generó, más allá de disgustos a los aficionados, una simpatía en un vasto sector de la sociedad aficionada al soccer, empero, su imagen carismática, la mayoría de las veces primitiva, tanto en sus festejos como en sus reclamaciones arbitrales, hizo que de forma sorprendente el público fuera otorgándole admiración por la dosis de emotividad que le irradiaba a los jugadores en el terreno de juego, emulando a la perfección a través de encanto, el perfil mesiánico que nuestra cultura, tradicionalmente rinde tributo, como los “magos” y “curanderos” del México precolombino dedicados a guiar a las personas, como tiempo después en la colonia los Franciscanos misioneros ganaron la simpatía, el respeto y el amor de los indígenas sufridos, y que hoy en día tienen como atractivo –tras carecer de credibilidad– los políticos.
Hombre de carisma, como el líder enunciado por Max Weber[2]…
Pero la reflexión no puede quedar aquí, después de que la Selección Nacional disputara el repechaje contra Nueva Zelanda con un boleto previamente asegurado –sí gracias a los Estados Unidos–, la incertidumbre seguiría presentándose, los partidos “moleros” de preparación para el mundial no aseguraban ni proyectaban en lo absoluto un buen rendimiento, sin embargo, ante la voz de críticos y la fe de la gente llegaría el mundial de Brasil 2014.
No se puede hablar de un cambio radical a nivel de juego y mucho menos entre jugadores convocados salvo excepciones como Rafael Márquez que resurgiría para comandar los deseos del Seleccionado, junto a Guillermo Ochoa, Héctor Moreno, Francisco “Maza” Rodríguez, Paul Aguilar, Miguel Layún, Andrés Guardado, José Juan “El Gallito” Vázquez, Giovanni dos Santos y Oribe Peralta, saltarían a la cancha el 13 de junio del 2014 ante la selección de Camerún. De esa manera y frente a la adversidad de las malas decisiones arbitrales que anularían dos goles legítimos de Giovanni do Santos, la portería camerunés sucumbiría con un contrarremate de Oribe Peralta para marcar el gol de la victoria y ganar los primeros tres puntos para el Seleccionado Nacional.
El partido clave fue el 17 de julio de 2014 contra el anfitrión y pentacampeón del mundo Brasil en el estadio Castelão, el equipo mexicano mostró una de tantas virtudes que también muchos consideran defectos; el estoicismo al que Alfonso Reyes hacía alusión de la siguiente forma:
[…] el cuerpo es símbolo de lo que no está en nuestro poder. Mas el alma, brava, se conserva. El estoicismo no es más que libertad de imaginación:–Soy esclavo, arrastro cadenas. ¡Mi espíritu vuela más allá de las nubes!–Puedes cortarme una mano. ¿Cómo impedirás que te desdeñe? –Puedes quemarme las plantas: me tienes a mí, pero no a mi tesoro[3].
De la misma forma en que Cuauhtémoc permanecía imbatible ante la asechanza del conquistador, México permanecía como una barrera infranqueable en su portería, con la imagen estoica de Ochoa –quien después saldría condecorado– soportando los remates brasileños y respondiendo el Seleccionado Mexicano con contragolpes que levantaron a más de un suspiro, culminando con un empate que sabía más a victoria tricolor.
Una resistencia heroica hizo no sólo borrar los errores del pasado, sino también ilustrar a la perfección aquellas características que Leopoldo Zea[4] describía de nuestro Ser, como el “oportunismo mexicano”, como sinónimo de posibilidad, porque lo que hace el mexicano es vivir al día, al extremo, arriesgándose a las últimas circunstancias o las últimas oportunidades que la vida le puede presentar. Es ahí el momento en donde el mexicano lo da todo, como un Ser pasional se entrega, se sacrifica, da su vida como en los rituales míticos ancestrales, ya que asimismo Zea expresaba que: “El hombre de México no se compromete sino parcialmente, no enajena su acción sino en algo concreto, bueno o malo; nunca toda su acción en circunstancias que no puede prever”[5].
Este suceso iluminó más la esperanza y la fe de los fieles seguidores del fútbol mexicano, dándole más confianza también a la Selección para afrontar su último partido de fase de grupos frente a Croacia.
Entre dimes y diretes de ruedas de prensa con las declaraciones croatas, el equipo mexicano desplegaría un buen fútbol, demostrando superioridad con goles de Márquez, Guardado y “Chicharito” Hernández –quién había entrado de relevo–, para culminar con un 3-1 que por momentos ponía en aprietos a Brasil a punto de hacerle perder el primer puesto del grupo clasificatorio.
Cabe destacar también, la grata participación de la afición que como en tiempos inmemorables se hacía presente con las muestras de apoyo que inundaron las redes sociales, empero, una frase de la afición mexicana en los estadios impactó desde los primeros partidos: “eeeeeeeeeeeeeeehhhhh Pu…”, grito de guerra que se coreaba en los saques de meta del rival que tiempo después se prolongarían a saques de banda, tiros de esquina o cobros de falta.
Esto generó una reacción por parte de la FIFA, quién amenazaba con sancionar a la Selección Mexicana si continuaban los gritos de la afición, los cuales calificaba como racistas, xenófobos y homofóbicos. Asimismo, la reacción de la afición explotó en contra de lo que parecía ser una represión al espíritu futbolero, y ante la negativa impuesta, medios de comunicación y jugadores nacionales realizaban súplicas para no corear el grito o cambiarlo por otro. Sin embargo, la represión no tuvo cause, y era inminente que la afición enardecida gritaría con más razón una de las frases que había nacido en el corazón de los estadios mexicanos, cosa que obligó a FIFA a evitar un ridículo y emitir una carta oficial donde se hacía a un lado, otorgándole completa libertad al público.
Dicho grito engloba características culturales que posiblemente no se perciben de un inicio, Jorge Carrión en 1952 se aproximó a develarnos el significado simbólico de la palabra “puto” de la siguiente manera:
El fanatismo religioso, el fatalismo ante la muerte, el exorcismo de lo cotidiano y de la miseria por medio de lo fortuito, el azar, el albur; la agresividad injuriosa y semihomosexual (“puto yo” escribe una y otra vez el mexicano en muros, paredes y en transportes colectivos en vano afán de rajar a los demás y mantenerse intacto a sí mismo), no son otra cosa que proyecciones ideológicas de la clase dominante, corrosivos que se extienden y se disuelven a aquélla en sus propios fundamentos[6].
No obstante, queda de más decir que el fútbol en México va más allá de lo que muchos detractores puedan denostar, pues es un escenario que ha capturado a la perfección el alma de un pueblo, a través de la tradición, la ofrenda y los grandes rituales. Es un escape a la realidad tortuosa, miserable y que duele, reflejo de un preámbulo de desgracias que emanan desde la ineficiente clase política, etc., es aquel ensueñomanifestado en un estadio de fútbol donde se desbordan las pasiones mexicanas.
El fútbol abre al mexicano y puede considerarse como un buen campo de estudio social porque también quiénes conforman al Seleccionado Nacional, son personajes nacidos desde las entrañas del México popular. Eh de ahí la impresionante manera en que gran parte de la sociedad se identifica con los nuevos héroes nacionales.
Asimismo, México sorprendió rompiendo el lastre de la insuficiencia colectiva, pero desgraciadamente ante Holanda en el partido de octavos de final, y como una tragedia griega –la cual no difiere tanto de la mexicana–, los fantasmas, nuestros fantasmas se hicieron presentes para terminar el sueño de tan anhelado “quinto partido”.
La Selección ganaba 1-0 con un gol de antología de Giovanni do Santos, mientras el clima, la afición y todas las condiciones estaban a nuestro favor, el éxito inminente ante los últimos minutos del partido causó un shock terrible ante la mirada impávida del mexicano que miraba de frente a la diosa Niké (Victoria). Con el equipo tirado atrás apostando por la defensiva, el mexicano se vio solo, ante esa soledad que describía Octavio Paz[7] y que ha acompañado a nuestro Ser en el tránsito del Laberinto, al verse solo, se desgarró, pero no se rajó. No creyó la hazaña que estaba realizando frente a un rival clasificado como potencia mundial, tampoco se creyó que se puede ser diferente; igual o mejor que los grandes, el fantasma del derrotero histórico se manifestó de manera endemoniada; “se jugó como nunca y se perdió como siempre”, “el ya merito”, “el hubiera”… Todo se conglomeró; el trauma de la colonia y la insuficiencia mexicana,el sentimiento de inferioridad y, perdió.
No sólo perdieron ellos, perdimos todos como cotidianamente lo hacemos en diversos ámbitos. El sabor de la amargura era innegable, la oportunidad que se tenía se iba de las manos con un penal inexistente. El llanto de los jugadores y del público se sumó al sacrificio de saber que Héctor Moreno sufría de una fractura de tibia, al igual que los sacrificios de la época precolombina, el mexicano en el terreno de juego culminaba la obra mundialista, sacrificado y martirizado, muerto metafóricamente.
La reflexión queda para el recuerdo, el mexicano rompió barreras pero al encontrarse consigo mismo, no pudo dar el siguiente paso: creer que se puede. Empero, “lo último que muere es la esperanza” –dice cotidianamente el dicho popular–, sí se ha podido ser diferente, se ha podido aprovechar la oportunidad de ser mejor y de trabajar colectivamente, hace falta creer simplemente que somos mejores y que podemos lograr alcanzar lo que nos han incrustado en la conciencia como lo inalcanzable.
[…] si acaso será posible expulsar al fantasma que se aloja en el mexicano. Para ello es indispensable que cada uno practique con honradez y valentía el consejo socrático de <<conócete a ti mismo>> […]. Cuando el hombre así preparado descubra lo que es, el resto de la tarea se hará por sí solo. Los fantasmas son seres nocturnos que se desvanecen con sólo exponerlos a la luz del día[8].
El trabajo del mexicano en el terreno de juego nos deja muchos mensajes, de la misma manera en que la vida diaria nos otorga aprendizajes, es nuestro deber asumirnos, y no sólo culpar a quiénes generan una política ineficaz y atroz en nuestro país. El día en que aceptemos nuestra realidad y nuestras condiciones, la historia dirá cosas distintas de nosotros.
“Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres”[9].
Octavio Paz.
Gerardo Lozada Morales.
[1] Zea, Leopoldo, (2001), Conciencia y Posibilidad del Mexicano, El Occidente y la Conciencia de México, Dos Ensayos sobre México y lo Mexicano, Porrúa, México, p. 44.
[2] Para una mejor comprensión consulte: Cfr., Cuaderno de Investigación en la Educación Numero 11, Diciembre 1997, [Consultado el día 17 de julio de 2014 a las 5:14 p.m.], Disponible en: http://cie.uprrp.edu/cuaderno/ediciones/11/c11art3.htm
[3] Reyes, Alfonso, (1995), La conquista de la Libertad en El suicida en Obras Completas,vol. III, Fondo de Cultura Económica, México, p.251.
[4] Óp., Cit., Cfr., Zea, Leopoldo, (2001).
[5] Ibíd., Zea, Leopoldo, (2001). p. 59.
[6] Carrión, Jorge, (1970), Mito y Magia del Mexicano y Un ensayo de autocrítica, Nuestro Tiempo, México, pp. 121-122.
[7] Cfr., Paz, Octavio, (2000), El Laberinto de la Soledad, Postdata, Vuelta a “El Laberinto de la Soledad”, Fondo de Cultura Económica, México,
[8] Ramos, Samuel, (1993), El Perfil del Hombre y la Cultura en México, Editorial Planeta Mexicana, México p. 65.
[9] Óp, Cit., Paz, Octavio, (2000), p. 210.
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